En su reciente visita a México, Monseñor Schneider concedió una entrevista en Guadalajara en la cual afirmó lo siguiente:
«Bueno, pienso que en primer lugar deben entender lo que fue el Concilio Vaticano II. El concilio fue primariamente, incluso declarado por el papa Juan XXIII y por Pablo VI en repetidas ocasiones, un concilio pastoral, no doctrinal ni dogmático. Fue la intención de la Iglesia el no otorgarles a estos documentos una enseñanza definitiva.»
Sin embargo, a este respecto S.S. Pablo VI le respondió a Monseñor M. Lefevre el 11 de octubre de 1976 lo siguiente:
«Nada de lo decretado en ese Concilio, como en las reformas [litúrgicas] que Nos hemos decidido llevar a cabo, se opone a lo que la Tradición Bimilenaria de la Iglesia considera fundamental e inmutable. De todo ésto somos Nosotros garantes, en virtud, no de nuestras cualidades personales, sino por la tarea que el Señor nos ha confiado como sucesor legítimo de Pedro y de la asistencia especial que nos ha prometido, como a Pedro: “He rogado por ti con el fin de que tu fe no desfallezca” (Lc 22,32). Con Nosotros es garante de esto el episcopado universal. Nuevamente, usted no puede distinguir lo que es pastoral de lo que es dogmático para aceptar algunos textos del concilio y rechazar otros».
Todos los documentos del Vaticano II terminan con esta fórmula:
«Todas y cada una de las cosas establecidas en esta Constitución [Declaración, etc] han obtenido el beneplácito de los Padres del sacrosanto Concilio (más de 2500 de todos loa países). Y Nos, con la apostólica potestad que hemos recibido de Cristo, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo juntamente con los venerables Padres, y disponemos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para la gloria de Dios. Dado en Roma, en San Pedro [y la fecha]».
El 29 de junio de 2012 Monseñor Fellay confirmó su postura al afirmar lo siguiente:
“Estamos en el punto de partida, condición en la que ya habíamos dicho que no podíamos ni aceptar, ni firmar […] Es claro que nada bueno aportaremos a la Iglesia si no permanecemos fieles a la herencia de nuestro arzobispo».
En semanas pasadas M. Fellay ha afirmado en una entrevista esto:
«El acuerdo es posible incluso “sin esperar a que todos los problemas estén arreglados en la Iglesia” siempre que la Fraternidad pueda “conservar todos los principios” que ha mantenido hasta ahora».
Si bien en ciertas declaraciones parece moderar su postura y ser más conciliador con respecto al concilio con el que reconoce estar de acuerdo en un 95%, no parece haber claridad sobre otros temas conflictivos. Esos principios: ¿Se refiere a que la misa de Pablo VI es el embudo por el que se envenena al pueblo con los errores del concilio?, ¿se refiere a que es un rito bastardo, con sacramentos bastardos y sacerdocios bastardos? No parece que su único propósito sea celebrar el rito anterior. No han tenido ninguna aclaración sobre su postura doctrinal y cismática, o al menos no es pública. Si se unen a Roma, la misma Fraternidad se va a romper en dos bandos por este mismo tema, como se ha venido rompiendo.
Parece que no se puede subestimar la situación doctrinal, aún a pesar de levantarse las penas disciplinares no se resuelve el problema doctrinal de fondo, y no se justifica que para obtener un bien, se elija y obstine en el error, como es negar la infalibilidad de un concilio ecuménico y el Magisterio vivo de la Iglesia, que tiene autoridad para hacer cambios litúrgicos, etc., y que se constituya la propia conciencia como el juez último de la Voluntad de Dios.
En este sentido habría que preguntarle a Monseñor Schneider: ¿En qué sentido usted piensa que Monseñor Lefevre «ha formado parte de la Providencia para salvaguardar la fe»?
No creo que el problema que resta sea simplemente ponerse de acuerdo en la figura canónica. No queda muy clara una conversión de fondo, como se puede apreciar en las diferentes entrevistas a lo largo de los años. Y recientemente ha afirmado Monseñor Fellay que «a este Papa no le importa mucho la doctrina», lo cual parece ser «muy conveniente».
Este pontificado parece favorecer y hacer concesiones a los que los pontificados anteriores amonestó por desobediencia al Magisterio, en un afán de unir los contrarios en aras de la Misericordia. El criterio es relativizar las enseñanzas y permitir disentir. Esto no significa la supuesta «conversión de Roma del Modernismo», sino una crisis doctrinal, que puede estar pasando por alto aspectos claves que harán crisis eventualmente. El hecho de que las permitieran confesar válidamente, por el año de la Misericordia, parece ser una medida en la línea de permitir las confesiones en cualquier condición, sin las disposiciones adecuadas, como está sucediendo.
Vemos con preocupación que muchos católicos consternados por la crisis actual tomen posturas extremas y fuera de un verdadero sentido de fe sobrenatural en Cristo y Su asistencia permanente a la Iglesia, fomentando así una actitud no católica.
Mucha gente escucha a Monseñor y lo sigue con interés por su autoridad apostólica y liderazgo moral, por eso nos atrevemos a pedirle que, basado en los textos mencionados y las cartas que mandó S. S. Juan Pablo II y la Congregación de la Doctrina de la Fe, vea la gravedad de esta situación y oriente a las personas a ser prudentes con respecto a la Fraternidad, a la que Roma muchas veces le ha tendido la mano, hasta que no se dé la unidad en las condiciones adecuadas. Si no hay una conversión clara y pública no están todavía en comunión con Roma, aunque digan que lo están en su «particular» forma de comprenderlo, y no equivalen, aunque en parte se asemejen, a la Fraternidad San Pedro.
El lenguaje crítico de este sector ultra tradicionalista, incluso muchas veces acertado, pero lleno de actitudes arrogantes y poco caritat
Los problemas que todos vemos, no son consecuencia del Concilio, sino de su poco estudio y aplicación en una hermenéutica de la continuidad, como lo pidió Benedicto XVI en su Discurso a la Curia 2005. La Iglesia no ha dejado de dar hermosos frutos de santidad a pesar de todo en quienes han sido fieles a estas enseñanzas. La debacle es fruto de una suma de causas: una conjura contra la Iglesia, un deterioro de la moral conyugal por desobediencia a la enseñanza de los Papas, en un tiempo que estalla la revolución sexual y un marxismo que infecta la mentalidad contra la autoridad, una omisión de vigilancia y sanción de sus obispos y reforzando directrices claras sobre liturgia, doctrina y disciplina, y podríamos enunciar más cosas, pero sería ingenuo pensar que estos problemas no son muy anteriores al Concilio Vaticano II, pues ya las anunciaba Pío X en Suprimis Apostolatus y anteriormente León XIII y Pío IX y cada Papa trató de la forma que Nuestro Señor le iba inspirando de atender la gravedad. El mismo Benedicto XV pensaba que su predecesor exageraba en el tema cuando, en una alocución, manifiestaba su “grave dolor” por la soledad en la que era abandonado por sus colaboradores naturales (obispos y cardenales) en la lucha contra el modernismo, hasta que le tocó ser pontífice.
Por sí misma, la misa del Rito Extraordinario no puede ser vista como La solución, como algunos fieles piensan. Esto fomentaría una especie de «pensamiento mágico» que al final terminaría por decepcionar y traer nuevos problemas. Si hay frutos positivos en las almas es porque va aparejada de una conversión, de una catequesis, de un pensamiento crítico, de una reflexión sobre la autoridad, sobre el sacerdocio y lo sagrado, sobre la necesidad de educar a los hijos con mayor compromiso de fe, etc. Y eso se logra igualmente con el rito ordinario bien celebrado, como originalmente se pidió en Sacrosantum Concilium.
Debemos ser verdaderos hijos de la Iglesia Católica y confiar que Cristo la guía, a pesar de acciones que vemos que desobedecen a sus enseñanzas, pero justo por eso tenemos mayor responsabilidad de estudiar, porque la pureza doctrinal se traduce en pureza de vida, como también compara Monseñor Schneider en una magnífica conferencia sobre «María vencedora de todas las herejías».
Pía
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