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MÁS PRELADOS CONTRA LA LEY DE DIOS Y A FAVOR DE AMORIS LAETITIA

 

El pasado miércoles 1 de febrero, Luis Martínez Sistach, cardenal emérito de la diócesis de Barcelona, presentaba su libro titulado «Cómo aplicar el Amoris Laetitia», de la editorial Claret. Sistach recuerda en una entrevista que recogió el periódico «La Vanguardia», que Francisco permite la comunión a los divorciados y trata de exponer una nueva visión de la familia. Con la edición del libro ha querido dar una muestra de apoyo a Bergoglio frente a las Dubia presentadas por los cuatro cardenales encabezados por Monseñor Burke.

Según comenta el purpurado, Amoris Laetitia es muy clara y vendría a refrendar «lo que la Iglesia siempre ha contemplado» como la casuística de situaciones eximentes o atenuantes. De este modo, según lo dicho por Martínez Sistach, cabría comprender erróneamente que «un acto que objetivamente reviste gravedad moral, puede ser que subjetivamente no lo sea», tal y como ya los católicos hemos podido leer en la exhortación y se desprende del estudio de la misma. Según el arzobispo emérito de Barcelona, el documento no solamente es pastoral, sino que lo considera «magisterio ordinario» y por tanto pide que los católicos se adhieran a él.

Se refirió también en su alocución, al dolor que le ha causado dicha carta de las Dubia presentadas a Francisco por los 4 cardenales y que, a su entender, nunca debieron hacerse públicas. Según palabras del propio Card. Sistach, Amoris Laetitia no reviste ningún tipo de ambigüedad y sustenta sus argumentos «en la enseñanza tradicional de la Iglesia, en concreto de las del pontificado de Juan Pablo II».

En referencia a este último punto me gustaría preguntar a su Excelencia Card. Sistach cómo argumenta tal coosa. Para demostrar que eso es incierto recurrimos a la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” del 22/9/1981. En ella leemos textualmente las palabras de Papa polaco:

«…….En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.
La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación, «asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos»[180]«.

Nos preguntamos, pues, si el Card. Sistach leyó bien estas citas de la Familiaris Consortio sobre el punto que nos ocupa y que en dicha exhortación es claro y diáfano: reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. 
Del mismo modo y con posterioridad se expresaría en 2007 Benedicto XVI en otra exhortación apostólica, la Sacramentum Caritatis, reafirmando las palabras de su antecesor y expresándose de la siguiente manera en referencia al tema de los divorciados vueltos a casar:

«Por esto, cuando no se reconoce la nulidad del vínculo matrimonial y se dan las condiciones objetivas que hacen la convivencia irreversible de hecho, la Iglesia anima a estos fieles a esforzarse por vivir su relación según las exigencias de la ley de Dios, como amigos, como hermano y hermana; así podrán acercarse a la mesa eucarística, según las disposiciones previstas por la praxis eclesial. Para que semejante camino sea posible y produzca frutos, debe contar con la ayuda de los pastores y con iniciativas eclesiales apropiadas, evitando en todo caso la bendición de estas relaciones, para que no surjan confusiones entre los fieles sobre del valor del matrimonio.[97]«.
 

Pueden corroborar lo dicho hasta aquí consultando en los puntos 1640, 1650 y 1651 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Solo cabe añadir alguna reflexión personal al respecto de las palabras del Card. Martínez Sistach. Se desprende de lo que dice, a mi entender, y concordando con Amoris Laetitia, que no cree en la indisolubilidad del matrimonio, ni tampoco espera la gracia santificante prometida a aquellos que deseen vivir los mandamientos 6º y 9º con sinceridad de corazón. ¿Dónde queda la lucha por la santificación personal en el sacramento del matrimonio? ¿Dios puede pedirnos imposibles? ¿Han luchado en vano santos como Juan Bautista, Tomás Moro o Juan Fisher al defender la indisolubilidad matrimonial? ¿Los antecesores de Bergoglio en su ministerio han errado en esta materia o es Francisco y sus seguidores los que están contraviniendo la ley divina?

Cristo es muy claro en el Evangelio:

«Habéis oído que se dijo: «NO COMETERÁS ADULTERIO». Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón. Y si tu ojo derecho te es ocasión de pecar, arráncalo y échalo de ti; porque te es mejor que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.…» (Mt.5; 27-29)

Justo vienen como anillo al dedo dos informaciones recientes y que nos pueden hacer reflexionar el porqué de ciertos comportamientos, el porqué de ciertas afirmaciones. La primera información es la de que el Cardenal Sistach recibió el martes pasado la Insignia de Honor del Rotary Club. Todos sabemos quiénes son los Rotarios. Son una marca blanca de la masonería, que se viste de altruismo para ayudar a causas nobles, pero es una institución de cuño masónico, donde la masonería pesca nuevos miembros incautos.
Me pregunto por qué un Cardenal deja que se le condecore por una sociedad secreta que busca la destrucción de la Iglesia, pues es bien sabido que ese es el fin último de la masonería.

La segunda noticia es que Francisco manifestó en una de sus homilías en santa Marta el pasado 27 de enero algo inaudito para un Papa. Él habló acusando a los cristianos que evitan tomar riesgos por la preocupación del cumplimiento de los Diez Mandamientos, de «cobardía» advirtiendo que tales personas se «paralizan» y no pueden «seguir adelante». Sus palabras fueron:

«No corramos riesgos, por favor, no … prudencia … Obedezcamos todos los mandamientos, todos ellos …», dijo el Papa, caracterizando el pensamiento de tales cristianos. «Sí, es verdad, pero esto te paraliza, te hace olvidar tantas gracias recibidas, te quita los recuerdos, te quita la esperanza, porque no te permite seguir adelante». Tales personas se convierten en «almas confinadas» que sufren del pecado de «cobardía», agregó el Papa. «Y la presencia de un cristiano, de tal cristiano, es como cuando uno va por la calle y viene una lluvia inesperada y la ropa no es tan buena y la tela se encoge … Almas confinadas … Esto es cobardía: este es el pecado contra los recuerdos, el coraje, la paciencia y la esperanza «.

Me pregunto qué habrá querido decir con estas afirmaciones. ¿Acaso alude de forma sesgada a quienes lo critican por usar Amoris Laetitia como instrumento para permitir que aquellos que viven en «segundos matrimonios» adúlteros reciban la Sagrada Comunión a discreción de su sacerdote? Bien pudiera ser. Es una tónica general suya en este último tiempo. Se manifestó de forma parecida a finales de diciembre, al abordar la cuestión de la resistencia a sus intentos de reforma. Entonces denunció la «resistencia maliciosa» que «se refugia en tradiciones, apariencias, formalidades, en lo familiar, o en un deseo de hacer todo personal, fallando en distinguir el acto, el actor y la acción».

Definitivamente, se van dando pasos para la separación del trigo y de la cizaña de que se nos habla en el Evangelio. Tenemos dos sectores marcados en la Iglesia: los que están a favor de la comunión a los divorciados y vueltos a casar viviendo more uxorio, o los que se posicionan en la sana y clara doctrina sobre este punto que nunca ha cambiado, ni nunca cambiará. Ya lo dice san Pablo:

«Pero si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro Evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema». (Gal 1;8)

A monseñor Sistach, que se siente dolido por las Dubia presentadas a Francisco, por considerar que nunca debieron hacerse públicamente, recordarle otro pasaje también de San Pablo a los Gálatas. El pasaje corresponde a la corrección de Pablo a Pedro que fue hecha de forma pública, porque su pecado era público y movía a muchos conversos a error y confusión. Es exactamente lo que está acaeciendo en la Iglesia hoy. Los errores de Amoris Laetitia han sido presentados en forma de preguntas a Francisco para que sean aclaradas públicamente en bien de todo el pueblo fiel y para que nadie llegue a entrar en confusión, porque el tema es preocupante. Nada más y nada menos que salvación eterna de las almas.

Por tanto, invitamos al Card. Sistach se digne entender que si él se siente dolido por la presentación de las Dubia de los 4 cardenales, el pueblo fiel se siente dolido por pastores como él que defienden el pecado y con ciertos altos cargos eclesiásticos, que desorientan al pueblo fiel. Como leemos en la primera carta de Judas:

«Porque por medio de engaños se han infiltrado ciertas personas a quienes las Escrituras ya habían señalado desde hace mucho tiempo para la condenación. Son hombres malvados, que toman la bondad de nuestro Dios como pretexto para una vida desenfrenada, y niegan a nuestro único Dueño y Señor, Jesucristo.»

No debemos extrañarnos, pues, ya en los primeros tiempos del cristianismo se hable de que en la Iglesia de Cristo vaya a haber infiltraciones. Si no las hubiere, al enemigo le sería más difícil intentar lograr sus objetivos de destruir la Iglesia. Tenemos un caballo de Troya, está muy claro, en el seno mismo de Ella. Estemos alerta para no dejarnos engañar y creer que todo lo que se dice desde las más altas jerarquías de la misma es infalible. Recordemos que no es otra cosa que la salvación de nuestra alma la que está en juego, y ese debe ser el negocio más grande por el que debemos luchar. Porque como dice el Señor en Mateo 26:

«¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma?»

Muchos títulos y honores mundanos, muchas permisiones para pecar libremente, pero al final todo esto se quedará en este mundo. Tras la muerte presente, nuestros seres inmortales tendrán el premio o el castigo merecidos por nuestra vida. Dios tenga a bien encontrarnos velando y preparados para no caer en los engaños y halagos de este enemigo tan sutil del alma como es el mundo, que trata, junto con el demonio y la carne, de llevarnos a eterna condenación.

Montse Sanmartí.

 

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4 Comments

  • Cardenales contra cardenales, obispos contra obispos, obispos contra cardenales, presbíteros contra obispos, seglares (cada vez más) contra pastores…
    ¿Tal situación de caos doctrinal y de enfrentamiento no es la que profetizaron personalidades religiosas de la talla de la beata alemana Ana Catalina Emmerich, monja agustina que vivió entre los siglos XVIII y XIX? ¿No es acaso la descrita en los pasajes más centrales o nucleares del Tercer Secreto de Fátima?

  • Me llena de santo orgullo saber que hay laicos que vemos mejor que los prelados y consagrados. A los laicos no los pueden cesar de su cargo como a un sacerdote o relgioso o inclusive cardenal que dga la verdad de la apostasía que ese está haciendo má manifiesta en este pontifcado que sólo ha buscado subordinar a la santa Iglesia de Dios querinedo complacer a los herejes.

    • Estimado Jesús, me dice Don Juan Suárez Falcó que le agradezca sus palabras que le animan a seguir adelante en la tarea, no sencilla en muchas ocasiones, de dar a conocer la verdad en estos tiempos que nos ha tocado vivir.
      Dios le bendiga, hermano.

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