Me ha causado un profundo impacto ver y oír a Francisco en un vídeo-mensaje breve que se hizo público el pasado 5 de febrero, la mañana del domingo en que se jugó la Superbowl en su última edición, valorando positivamente la importancia de este acontecimiento, tal y como se muestra en el vídeo inicial que encabeza este artículo.

Francisco aparece leyendo un teleprompter, explicando que los grandes eventos deportivos, como la Superbowl, son una muestra de la cultura del encuentro y de un mundo en paz.

Llama mucho la atención que un Papa elogie este evento deportivo, que cualquier cristiano medianamente informado sabe que es lo más distante de la fe. Se trata, además, de un acontecimiento de evidente consumo interno estadounidense, país de mayoría protestante, evento deportivo, por lo demás, poco o nada apreciado por el mundo católico.

Hasta ahora, los Papas habían enviado algún mensaje con ocasión de los Juegos Olímpicos, de verano o de invierno, por su valor universal. Pero nunca hasta ahora ningún Sumo Pontífice se había pronunciado de este modo favorable sobre la Superbowl, un escenario colosal de autoafirmación de la cultura norteamericana, del consumismo, de los ídolos musicales y deportivos. Se trata, de hecho, de un acontecimiento chocante para cualquier católico porque el deporte en él queda completamente engullido por marcas, patrocinadores, millones de dólares en publicidad, consumismo, música y estética de mal gusto, autoafirmación vergonzante del identity kit norteamericano, con barras y estrellas inundando cualquier parcela del estadio. Es un evento, ciertamente, paradeportivo, e incluso antideportivo, pues los valores del deporte, tan presentes en el mundo amatteur y en su práctica ciudadana se ven completamente opacados por los valores imperantes en el mundo, y exaltados como modelos a seguir. Para entendernos, el antievangelio.

Lo más grave de todo es que, desde hace años, el intermedio musical del evento ha sido tomado clarísimamente por la masonería luciferina, algo que no puede desconocer la Santa Sede (al igual que la misma ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos), con clara iconografía masónica: el escenario con una torre central, con las columnas de la masonería, el camino de perfección masónica, los pentagramas, el ojo de Horus, que todo lo ve, simbología satánica, homosexualismo y referencias, incluso, al reinado del Anticristo. Este año le ha tocado el turno a Lady Gaga, que ha hecho un compendio de todo ello, adornada con ropa de súcubo. ¿Es posible que esto lo desconozca Francisco, tan apegado como estaba en su ministerio argentino a la teología del pueblo, pueblo que conforme al discurso de esa corriente teológica inmanentista, sufre esclavizado por la tiranía opresora del capitalismo yanqui? Es más, ¿no debería haber clamado contra ese capitalismo en su visita a la ONU o al Congreso de Washington, en vez de hacer un panegírico de lugares comunes a favor del Nuevo Orden Mundial?

Como bien sabemos, los grandes acontecimientos deportivos han sido colocados por la masonería desde hace décadas en el día domingo, para desacralizarlo, para que la gente en Occidente deje de acudir a Misa y la sustituya por esas grandes Catedrales laicas (estadios deportivos) donde poder dar rienda suelta a sus pasiones, abandonando el Santo Sacrificio del Altar.

Es cierto que Juan Pablo II y Benedicto XVI alabaron en alguna homilía o alocución el deporte como un medio de favorecer la paz o el encuentro pero nunca pusieron como ejemplo de ello este espectáculo profundamente pagano, quintaesencia de lo vulgar. Con el agravante de que, al hacerlo, produce el efecto perverso de llamar la atención a todo el mundo para que lo vea.

El propio Juan Pablo II, después de ensalzar los valores que inculca el deporte, recuerda a los atletas, en su Homilía de 29 de octubre de 2000, Jubileo de los deportistas, que Cristo “es el verdadero atleta de Dios; Cristo es el hombre «más fuerte» (cf. Mc 1, 7), que por nosotros afrontó y venció al «adversario», Satanás, con la fuerza del Espíritu Santo, inaugurando el reino de Dios. Él nos enseña que para entrar en la gloria es necesario pasar a través de la pasión (cf. Lc 24, 26 y 46), y nos precedió por este camino, para que sigamos sus pasos”… Y exhorta a los atletas a creer, a convertirse, y a convertirse en atletas espirituales:

“También los que, como los atletas, están en la plenitud de sus fuerzas, reconocen que sin ti, oh Cristo, son interiormente como ciegos, o sea, incapaces de conocer la verdad plena y de comprender el sentido profundo de la vida, especialmente frente a las tinieblas del mal y de la muerte. Incluso el campeón más grande, ante los interrogantes fundamentales de la existencia, se siente indefenso y necesitado de tu luz para vencer los arduos desafíos que un ser humano está llamado a afrontar.

Señor Jesucristo, ayuda a estos atletas a ser tus amigos y testigos de tu amor. Ayúdales a poner en la ascesis personal el mismo empeño que ponen en el deporte; ayúdales a realizar una armoniosa y coherente unidad de cuerpo y alma. Que sean, para cuantos los admiran, modelos a los que puedan imitar. Ayúdales a ser siempre atletas del espíritu, para alcanzar tu inestimable premio: una corona que no se marchita y que dura para siempre. Amén.”

Muy al contrario, Francisco ha demostrado desde el principio de su papado que aspira a ser más una voz de influencia mundial para el mundo y lo mundano que el Supremo Pontífice de la Iglesia Católica, confirmándonos en la fe. Todos recordamos sus vídeos con sus intenciones de oración en el año pasado cuando, alineándose con los mensajes laicistas de Soros, Obama o la ONU, sutilmente camuflados con algún barniz espiritual, en los que abogaba para que rezáramos por las mujeres, por la acogida de refugiados, por los pueblos indígenas, el diálogo interreligioso o el medio ambiente, sin apartarse del discurso reinante, sin un acento cristiano… Desgraciadamente, nunca han sido de tal calibre pagano las intenciones generales de oración de cada mes, a pesar de ser de espectro más amplio que las puramente misioneras. Como ejemplo, podemos ver las que Benedicto XVI estableció para el año 2013, que, a pesar de contener elementos de la vida secular, están más dirigidas a elementos fundamentales del cristianismo y no susceptibles de interpretación equívoca por parte de los católicos del orbe.

Con esto, uno se puede dar cuenta que Francisco tiene una extraña tendencia a posicionarse a favor de todo lo que le regala los oídos al mundo. ¿Por qué? Nos da una pista el periodista Austin Ivereigh, quien, en su libro “The Grast Reformer”, informa que “el joven Jorge Bergoglio absorbe las lecciones de Yves Congar en ‘Verdadera y Falsa Reforma en la Iglesia’, el texto que en 1950 tenía el Papa Juan XXIII junto a su cama cuando llamó al Concilio Vaticano II”. De todos es bien conocido que Yves Congar, dominico francés, es ciertamente heterodoxo en su tesis central sobre la no separación entre lo sagrado y lo profano. En su opinión, “Jesucristo borró decididamente toda línea de división entre el supuesto sagrado y el pretendido profano, y eso lo mismo tratándose de personas que de lugares o cosas” (Situación de lo cristiano en régimen cristiano). En esa línea, al bendecir ese abyecto evento deportivo, Francisco depone su tiara papal y se constituye en hierofante de la gran religión mundial del deporte de masas, con sus palomitas, su música tenebrosa, sus retablos abiertamente satánicos y su idolatría del héroe deportivo y del deporte mismo. Y en corifeo del Nuevo Orden Mundial.

Resulta chocante también en la alocución de Francisco, que vea en este tipo de eventos un ejemplo de la cultura del encuentro y un mundo de paz. Parece ésta, más bien, la paz como la da el mundo, una falsa entente masónica donde el consenso se encuentra en el pecado común, elevado a la categoría de Dios. Donde el encuentro es un topos en lo pagano, en lo secular de un mundo que ofrece sus encantos, el dulce fruto del árbol del Bien y del Mal, para que lo degusten todos en común alegría. ¿Qué de bueno puede sacar una familia cristiana que se siente a ver este bochornoso espectáculo? Seguramente la ingenuidad y la pureza de los niños quedará profundamente comprometida y la paz espiritual de todos acabará hecha añicos en esa orgía del capitalismo tan insano que el mismo Francisco critica duramente en Santa Marta.

Echamos ciertamente de menos que Francisco se pronuncie igualmente en algún mensaje televisivo sobre la dictadura comunista en Venezuela o en Cuba, que mata a sus ciudadanos de hambre, o sobre el referéndum por el matrimonio homosexual en Irlanda, o sobre el Congreso eucarístico celebrado en Argentina, su tierra natal, etc. Igualmente echamos de menos que se pronuncie abiertamente en defensa de los cristianos asesinados en Oriente Medio, en lugar de seguir manteniendo, temerariamente, que el Islam es una religión de paz. El vídeo-mensaje sobre la Superbowl acaba señalando, finalmente, un grave pecado de omisión.

Finalmente, añade Francisco, participar del deporte ayuda a crecer en fidelidad y en el respeto a las reglas. Se agradece mucho esta alusión a las reglas, cuando tantas veces abomina de los mandamientos, de las leyes de la Iglesia, de todo lo que la Iglesia de Cristo tiene de exigencia, moralidad o normas de comportamiento, hasta el punto de calificar con todo tipo de epítetos ofensivos a los que amamos el derecho y las reglas de nuestra fe.

Desgraciadamente la Superbowl dista mucho de ser un símbolo de paz, solidaridad (palabra opuesta a la caridad cristiana) y de amistad para todo el mundo. Todo suena a fraternidad masónica, hermanos sin un Padre común… Antes bien, es un icono sin igual de pecado y de mundanidad. Salvando las distancias, cabría también decir que proponer la Superbowl como un ejemplo saludable de cultura es como si proponemos a Sodoma y a Gomorra como modelos de esparcimiento, o a Babilonia como ejemplo de convivencia social. ¡El mundo al revés! ¡La ciudad del Hombre como modelo de virtud!

Debería recordar Francisco que al mundo no se le bendice, se le exorciza. Oremos por él para que pierda los respetos humanos y exhorte a tiempo y a destiempo contra el pecado y el mundo. Hoy más que nunca, el signo más preclaro de sana doctrina y de ortodoxia es ser perseguido por el mundo, como lo fueron sus predecesores. Hasta ahora, Francisco ha caído, peligrosamente, en el anatema de Lucas 6, 26:

“!!Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas!!”

Juan Suárez Falcó

Juan Suárez Falcó

"Un cántico nuevo (Apoc. 14, 3)" juan.suarez@comovaradealmendro.es .

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