Queridos Hermanos:
En este quinto Domingo del tiempo ordinario, Jesús nos continúa hablando desde el Monte donde proclamó las Bienaventuranzas.
En el Evangelio del Domingo pasado, nos decía el Señor: «Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y cuando, por mi causa, os acusen en falso de toda clase de males» (Mt 5,11)
Creo que es una buena introducción para adentrarnos en el Evangelio de hoy, que es la continuación del Sermón del Monte.
Sabemos que somos perseguidos pero en eso consiste el ser sal de la tierra y luz del mundo. Estamos llamados a dar sabor a una tierra insípida cuando vive sin Dios y a ser luz en medio de las tinieblas del error. La única luz verdadera es el Señor pero nosotros unidos a él por el bautismo somos llamados a iluminar, no con luz propia sino con la luz que viene de Él.
A veces puede venir el desánimo por pensar que el mundo es demasiado hostil y que somos pocos para luchar en contra de tanto mal. Ahí es donde es importante conocer el valor de la sal.
Antes que existiera la energía eléctrica y de tener la posibilidad de un refrigerador, los alimentos se conservaban con la sal. Así debe hacer un cristiano que siendo sal de la tierra, ayuda a conservar con la gracia de Dios, a sus hermanos, de la corrupción del pecado, teniendo la valentía de anunciar la Palabra de Dios a tiempo y a destiempo como lo dice San Pablo a Timoteo en una de las cartas. Y enseñando con entusiasmo la sana doctrina de la Iglesia.
Cuando se cocinan los alimentos, no tenemos que colocar todo el contenido de la bolsa con la sal, es necesario solo un cucharada o a veces menos, para dar sabor a todo. El anuncio del Reino de Dios no es una cosa espectacular; lo hacemos posible en la sencillez de cada día. La gran aventura del Evangelio la inició el Señor con un pequeño grupo de personas sencillas en la rivera del lago de Galilea y ahora su santa Iglesia está por todos los rincones del mundo. Aún falta mucho por hacer, pero para eso Él nos ha creado para anunciar su Palabra hasta los confines de la Tierra.
El tamaño de una lámpara no es el mismo de una habitación, pero basta que esté encendida y sirve para iluminar todo el lugar, siempre y cuando se coloque en alto.
No debemos hacer las cosas para que nos vean los demás, porque nos puede venir el pecado de orgullo al sentirnos y creernos buenos, pero tampoco nos debemos esconder porque a través de nosotros, los demás pueden ver al Señor y lo pueden glorificar. Cuando damos testimonio de vida, los demás se pueden acercar a Dios, y cuando damos escándalo, también los podemos alejar y seremos responsables ante el Señor. Ahí se entiende cuando no somos sal y entonces solo merecemos ser echados fuera y pisados por la gente.
Recordemos que sin Él, nada podemos hacer.
Feliz semana y que el Señor los bendiga
Padre Elías
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