En el mes de marzo se cumplen 13 años de mi llegada a San Vicente, un pueblo cercano a mi ciudad natal de Barcelona. Existen diversos santos en la Iglesia que llevan este bello nombre que etimológicamente significa «Vencedor» o también se asocia al nombre de Víctor que deriva de Victoria, es decir, el que nunca pierde, o el mejor.
San Vicente, patrón de mi pueblo, era originario de la provincia de Huesca y fue diácono en Zaragoza. Sufrió cruelmente el martirio en Valencia tras una vida de gran caridad que le permitió acrisolar su existencia y prepararse bien para la prueba que tuvo lugar en el año 304, durante la persecución de Diocleciano.
Ayer, 22 de enero, día de su festividad, fuimos al oficio de Fiesta Mayor en mi parroquia que ostenta precisamente, como titular, a San Vicente Mártir. Las lecturas y el Evangelio que se leyeron en la celebración fueron distintas a las de este domingo en el resto de las parroquias, porque precisamente aludían a la entrega cruenta de la vida por Dios.
La primera lectura fue la del ejemplar martirio de los hermanos Macabeos, quienes además de estar seguros de lo que estaban haciendo, tuvieron el valor de hablar alto y claro antes de ser martirizados o durante el propio martirio. Es decir, que Dios les concedió un valor inusitado tratándose de jóvenes y ni uno solo quedó atrás en su decisión de ser fiel al Señor, pues como dijo uno de ellos, los verdugos podrían acabar con su vida mortal, pero Dios les daría un puesto junto a Él en el cielo.
La segunda lectura fue tomada de de la 1ª Carta de Santiago y hace referencia a la actitud ante las pruebas.
«Hermanos míos, tenedlo por sumo gozo cuando os encontréis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia tenga su obra completa para que seáis completos y cabales, no quedando atrás en nada. Y si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos con liberalidad y sin reprochar; y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada. Porque el que duda es semejante a una ola del mar movida por el viento y echada de un lado a otro. No piense tal hombre que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inestable en todos sus caminos.
El hermano de humilde condición, gloríese en su exaltación; pero el rico, en su humillación, porque él pasará como la flor de la hierba. Pues se levanta el sol con su calor y seca la hierba, cuya flor se cae, y su bella apariencia se desvanece. De igual manera también se marchitará el rico en todos sus negocios. Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba; porque, cuando haya sido probado, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman».
Ciertamente, hoy ha sido un día especial para mi al poder escuchar estas lecturas que en principio no pertenecen a la liturgia de este domingo, lo cual considero una gracia pues me parecen muy a propósito de los tiempos que estamos viviendo en el mundo de hoy y en la Iglesia de Jesucristo. La persecución a los cristianos es una constante en la historia. Hay quien piensa equivocadamente, que la fe de los cristianos termina cuando mueren, sin sospechar que, precisamente, cuando supuestamente se siega «la mala hierba», esa sangre de martirio es la que hace que dicha hierba reverdezca nuevamente y con mayor vigor que la antigua.
Hay muchas formas de martirio en el mundo de hoy. Existen martirios cruentos como el de los cristianos que a diario derraman su sangre en tantos países de persecución. También existen martirios incruentos, como el de aquellos hermanos en la fe que son perseguidos por decir la verdad, duela a quien duela y pese a quien pese.
Estos días hemos visto todos con profunda tristeza como un sacerdote fiel a Cristo, fiel al magisterio de la Iglesia y a la santa tradición, ha sido excomulgado por su obispo, monseñor Rigoberto Corredor, en la localidad colombiana de Pereira. Me refiero al padre Luis Carlos Uribe. A este sacerdote fiel le vienen como anillo al dedo las palabras que puse más arriba de la carta de Santiago:
«Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba; porque, cuando haya sido probado, recibirá la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman».
Vienen tiempos de pruebas para los católicos que deseen mantenerse fieles a Dios y a su palabra que es inmutable. Primeramente, sin dudarlo ya, podemos decir que vienen una serie de excomuniones de sacerdotes, religiosos y laicos que no estamos dispuestos a ceder ante los embustes y engaños con que muchos quieren que comulguemos. Se ha empezado con la excomunión del padre Uribe. Ésta fue la primera, a la que seguirán ciertamente muchísimas otras.
Muchas personas se preguntan qué debemos hacer en estos momentos, por temor a poder ser ellas también excomulgadas si hablan abiertamente sobre la mala doctrina que se ha vertido en Amoris Laetitia en referencia a la comunión a los adúlteros que viven more uxorio. Creo que la respuesta es sencilla y la tenemos en las tres lecturas enumeradas en el artículo. Hay quienes quieren, como en el caso de los hermanos Macabeos, quitarnos la vida, en este caso, la vida de la gracia de Dios, procurando que aceptemos lo inaceptable. A esos tales, sin dudar, hay que decirles que no vamos a renunciar, ni aun que nos «echen» de la Iglesia, ni que nos quieran quitar la vida corporal. Pueden hacerlo, y tal vez llegue el momento en que lo puedan lograr, pero debemos acrisolar nuestra vida primero en nuestro día a día, llevando con paciencia tantas injurias que nos lloverán si nos mantenemos en el camino. Hagamos lo que hizo san Vicente, que antes de ser martirizado vivió una vida de caridad y de apostolado en santidad durante el ejercicio de su diaconado.
Del mismo modo, repitamos con el apóstol Santiago: «….que la paciencia tenga su obra completa para que seáis completos y cabales, no quedando atrás en nada».
El padre Luis Carlos ha sufrido a cabalidad lo que dice Cristo. Ha sido sepultado como un grano de trigo en la tierra oscura. Ha muerto a los ojos del mundo, a los ojos de los falsos profetas, de los que piensan ostentar el poder. Pero lo que muchos no sospechan es que, precisamente, gracias a su ejemplo, muchos queremos y pedimos a Dios que si nos llega el momento de dar testimonio de la verdad, hagamos como él nos ha enseñado. Siendo así, se cumplirán claramente las palabras de Cristo: ese grano de trigo «muerto», habrá producido mucho fruto.
Desde nuestra página queremos agradecer al padre Uribe su valor, su entereza y su fidelidad. Oramos por él y queremos mandarle desde aquí nuestra solidaridad, nuestro agradecimiento y cariño, promoviendo la firma del siguiente anexo para mostrarle nuestro apoyo.
Gracias.
Montse Sanmartí.
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Muy bien!! Adelante, la victoria es nuestra, porque Cristo la ganó por nosotros.
Jesús fue el primer mártir de la Verdad, perseguido y acusado por la jerarquía sacerdotal de su época, que no supieron ver los signos de los tiempos y el cumplimiento de las profecías. Ahora a la moderna jerarquía le pasa otro tanto, y estamos contemplando atónitos a los últimos mártires de la Verdad. ¡Ven Señor Jesús!
Estoy segura que el Señor te ve como una hija mimada. Adelante con paso de vencedora. Viva Jesús!!!
Muchas gracias por los ánimos. En comunión de oraciones.
Que Dios Todopoderoso haga crecer su Iglesia fiel y remanente. Amén!