Hace una semana celebramos en la Liturgia de la Iglesia la fiesta del Bautismo del Señor, para dar inicio al Tiempo Ordinario.
En este segundo Domingo nos encontramos con el Evangelio según San Juan 1, 29-34.
Cuando Juan el Bautista, ve venir a Jesús hacia él, dijo: «He ahi el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»
Esta frase del Evangelio siempre me ha impactado y como sabemos, en el momento antes de distribuir la Sagrada Comunión, los sacerdotes alzamos el Cuerpo de Jesús y lo presentamos a la Asamblea, pronunciando estas palabras.
Doy gracias al Señor por el gran don del Ministerio Sacerdotal y contemplando entre mis manos la Santa Hostia consagrada le pido muchas veces al Señor, que me conceda la gracia de tenerlo siempre entre mis manos todos los días de mi vida hasta que él me llame a su presencia.
Contemplar entre mis manos, este Pan bajado del Cielo, me sobrecoge porque pienso: «Aquí está el Rey del Universo, el Creador de todo lo que existe, de los seres humanos, de toda la naturaleza, de los planetas, de todo… Y lo veo tan pequeño, escondido…» Y sobre todo lo adoro porque está ante mi, el Único que puede perdonar el Pecado, no sólo el mio, sino el de todo el mundo.
Es interesante que Juan no dice los pecados del mundo en plural, sino en singular, el pecado del mundo.
Es inevitable pensar en lo que muchas veces se convierte la práctica del sacramento de la Reconciliación cuando todo se reduce a hacer una lista de pecados. Es verdad que los debemos confesar con la boca para que el sacramento sea válido pero es necesario reflexionar un poco.
Sabemos bien que existen los pecados de palabra, de obra y de omisión como lo decimos en el acto penitencial. Porque cuando tenemos la oportunidad de hacer el bien y lo no hacemos, también caemos en el pecado.
Por un lado es importante antes de confesarse hacer un examen de conciencia y poder decir los pecados concretos que hemos cometido, pero también podemos cometer el riesgo de quedarnos en la superficie y no ir a la raíz de por qué estamos tantas veces cometiendo los mismos pecados.
Muchos santos han recomendado la confesión frecuente y podemos decir que es una cosa loable cuando tenemos un conciencia delicada y buscamos siempre estar en gracia de Dios, pero también podemos caer o en la enfermedad de los escrúpulos que ha hecho sufrir a tantas personas o en una vida espiritual inmadura en la que siempre estoy repitiendo las mismas cosas y no estoy creciendo. Doy un ejemplo concreto: si pasando todos los días por un camino siempre me caigo y me golpeo, me debo detener a pensar ¿porqué siempre me caigo en el mismo lugar?. Si no reflexiono y me sigue sucediendo lo mismo, soy un inconsciente y no aprendo lecciones en la vida. En cambio puedo analizar y si el camino es resbaladizo me coloco un calzado apropiado, quito los obstáculos que me hacen caer o si no está en mis posibilidades cambiar la situación entonces no vuelvo a pasar por allí. Ya lo dijo el Señor: «Si tu mano te hace pecar, córtatela…» Cuando sigues cometiendo toda la vida los mismos pecados es porque no has aprendido nada. Y no puedes razonar: «Pecar es humano y de todas maneras, luego me confieso». Por una parte el Sacramento de la Reconciliación, no es una lavandería de pecados, como cuando me quito la ropa sucia y la coloco en la lavadora para utilizarla de nuevo. No podemos quedarnos patinando en el mismo punto, el camino de la conversión exige no vivir en la esclavitud del pecado. Puedo decir con certeza que: «Pecar no es humano». Hemos vivido pensando que es humano pecar, pero eso es negar el sentido de la Encarnación porque el Verbo se hizo carne. Si pecar fuera humano, Jesús para asumir toda nuestra naturaleza tendría que haber pecado. Al contrario ¿Qué nos dice la Palabra?. Que asumió nuestra naturaleza, que se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado. Podemos concluir entonces que para ser realmente humanos debemos vivir en la gracia y no en el pecado. Vivir en el pecado es negar la realidad más sublime que hay en nosotros y es, que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios.
Siempre se dice que traducción es traición porque cuando se traduce algo a otra lengua siempre pierde algo de lo que se quizo decir originalmente. El famoso Dante escribió la Divina Comedia. Creo que en lengua española muchos lo hemos leído pero no es lo mismo como lo pueden entender los que lo leen en la lengua original. Miguel de Cervantes con Don Quijote de la Mancha podrá ser mejor entendido por nosotros que por los italianos o los ingleses.
Pecado viene del latín peccatum y se puede traducir por transgresión. En la Biblia en hebreo, se traduce por חֵטְא pronunciado jet que significa errar. En griego αμαρτία pronunciado amartía que significa error, fallo, no alcanzar el objetivo.
El tema del pecado es muy amplio y no pretendo desglosarlo aquí pero podemos decir que más que la casuística de las transgresiones, el pecado es no alcanzar, no realizar la llamada que tenemos todos los seres humanos, todos los bautizados a la santidad.
En la segunda lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios, el Apóstol en compañía de Sostenes. saluda a la Iglesia de Dios que está en Corinto y a todos los que han sido santificados en Cristo Jesús, santos por la llamada».
Más que la lista de pecados es reconocer el Pecado, la raíz del mal en nosotros. Si lo hacemos el mal podrá ser arrancado de raíz, pero sin olvidar que nosotros mismos no tenemos el poder de quitar el pecado que hay en nosotros. Sólo lo puede hacer el Cordero de Dios.
El pecado es que no seamos santos!!!
Padre Elías
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