En este primer artículo del año voy a hablar de don Miguel de Unamuno. Lo digo por si alguien quiere dejarlo, a tiempo está. El que se quede y lo lea no se arrepentirá. Estoy seguro de que todos mis lectores habituales se han quedado, son inteligentes y curiosos.

¿Y por qué traigo hoy aquí al más grande del siglo XX? Pues muy sencillo. En el siglo XXI estamos inmensamente necesitados de mirar un poco atrás y volver a los grandes maestros, a los que padecieron lo que Ortega llamó «el mal de España». Y el primero de ellos, don Miguel. Todo ha venido porque para quien esto firma, la noche de fin de año es siempre la del recuerdo de la muerte del maestro. A la muy española hora de las cinco de la tarde falleció don Miguel en su salmantina casa de la calle Bordadores, el último día del año 1936. Murió delante de un joven intelectual que fue a verlo llevado de su devoción. El muchacho, por cierto, llevaba en las manos un periódico de Huelva del momento. Y allí le provocó una de las frases más redondas jamás dichas por Unamuno, fue la última de su vida. Cuando el joven le dijo: «Don Miguel, Dios ha abandonado a España». La respuesta no se hizo esperar: «¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!». Confieso que con frecuencia esa frase me martillea las sienes. Y últimamente con más fuerza.

Hoy España no está convulsa, no vive espantada, pero sí parece que Dios ha soltado la cuerda. No hay más que ver quiénes mandan, quiénes pueblan los parlamentos, quiénes dominan las televisiones. Entre tanto inútil, tanto mequetrefe y tantos que conjugan el verbo odiar en todas sus formas, destaca la hediondez nacionalista. Mi maestro, vasco de nacimiento, me enseñó a despreciarlos sin remilgos, a calificarlos de chiflados peligrosos. No hay más que leer un par de líneas de algunos de sus fundadores para darse cuenta de su insania mental. Mejor que seguir advirtiendo de esta enfermedad que amenaza a la nación española por la cobardía y la traición de los que han gobernado y gobiernan, les dejo con las palabras del maestro que suscribo hasta las comas: «Pues sí, soy español. Español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en el que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios español, el de nuestro señor don Quijote, un Dios que piensa en español y en español dijo: ¡Sea la luz! y su verbo fue verbo español».

Rafael Ordóñez

Artículo original de Huelva Información

Rafael Ordóñez

Médico ginecólogo católico. Casado desde hace 37 años. Columnista de Huelva Información desde 1997. Durante ocho años lo fue en La Opinión de Málaga. .

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