Era otoño cuando fui concebido. Quizá sea eso lo que hace que sienta en mí ser armonías especiales cuando llega esta estación. La promesa de nuevos horizontes maravillosos que esperan ser alcanzados, un sentimiento optimista, una nueva energía, un renacer que promete ser eterno. Me identifico con el otoño, con sus colores cálidos, con su tipo de belleza, con su atmósfera de brisa fresca, con su generosidad.
En esta época, el bosque está de cuento, lleno de setas. Entras en él y disminuye la luz, te acoge la penumbra. Las hileras de árboles y la unión de sus copas abovedadas evocan una catedral. Algunos rayos de sol se filtran desde la distancia, entre los troncos, como si de vidrieras se tratara. El suave viento vaga hablando solo, arrastrando los pies entre las hojas caídas, como un Sacerdote de los de antes, embebido en sus rezos, siseando fórmulas y conjuros que esconde entre las hierbas, los árboles y las piedras. ¿Quién será el sabio que lo comprenda? Te envuelve un ambiente mágico, otoñal. En un claro hay una corra enorme. Cuanto más antiguas, mayores son. Dicen que haberlas, haylas de siglos, y que las brujas juegan allí al corro, en la noche.
Vistas de lejos, las setas son todas bonitas y buenas. Sin embargo, distinguir las comestibles de las tóxicas no es tarea fácil. Hasta los expertos se equivocan a veces. Hay quienes sólo cogen un tipo de seta, o dos, a lo sumo. No quieren arriesgarse. Y lo comprendo. Hay setas hermosas, perfumadas, que sin embargo están llenas de veneno -también es cierto que de su veneno se pueden obtener medicinas-. Luego están aquellas que no son mortales, pero que te producen daños y molestias de diferente consideración. Los Celtas no comían setas en absoluto, ninguna. Si lo piensas bien, ¿qué es lo que está en juego? ¿La motivación de buscarlas? ¿La emoción de encontrarlas? ¿Un bocado sabroso? ¿Su gratuidad? Puede parecer poca cosa, pero claro, ¿cómo se valora todo eso, en un mundo lleno de rutinas y normativas públicas? ¿Cuánto vale esa sensación de libertad con sentido? Porque pasear por pasear, no es lo mismo.
Los caminos del valle van río, y allí, junto al agua, amor espera. (A. Machado) |
Está claro que los Celtas no se aburrían. Les bastaba con sus mujeres y su mundo virgen, muy débilmente politizado. Aunque he oído decir que también a ellos, a veces, les llegaba un momento en el que envejecían de repente, sin arrugas en la frente, pero con ganas de morir, por falta de amor. Y es que todos necesitamos amor, mucho amor. Amor para vivir, amor para morir, amor para renacer cuando vuelva la primavera.
Hay incluso quienes abrazan a los árboles. Ahora es una buena época. Ir al bosque, a abrazar árboles. Conozco uno todo vestido de musgo. Un musgo fibroso, seco, aterciopelado. Un amor de árbol. Claro que prefiero abrazar a mi mujer y a mis hijos, pero tengo tanto amor, que aún me queda un poquito para los árboles, para los perros, y mucho más para las personas. Para todas las personas, incluidos mis enemigos. Os confiaré mi mayor secreto…, tengo tanto amor, porque he encontrado al Amor.
… caminantes del Valle, ¿lo sabéis?, Dios os ama.