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Entre los nacidos de mujer, no hay ninguno más grande que Juan

Written by padre.elias

Queridos Hermanos:
En este segundo Domingo de Adviento, el Evangelio nos presenta la figura de San Juan Bautista, y aunque no está escrito en el Evangelio que se proclama en la liturgia de hoy, me viene a la mente el pasaje del Evangelio de San Lucas 7,28: «Os digo que entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan». Estas son palabras pronunciadas por el mismo Jesús. Ya quisiéramos nosotros sentir estas palabras del Señor sobre cada uno de nosotros. Aún con este elogio del Señor por su Precursor, si continuamos leyendo encontramos en el texto santo: «Sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él». Eso quiere decir, hermanos que si estaremos en el Reino de Dios, es porque en la vida hemos buscado siempre hacer su voluntad y nos espera la gloria que el Señor tiene preparada para los que lo aman.
Juan Bautista ocupa un lugar especial en la liturgia y por eso tiene dos celebraciones en el año: El nacimiento y el martirio.
En estos tiempos que corren en la Iglesia de tanta confusión tenemos necesidad de pastores que nos hablen claro y fuerte como Juan el Bautista. ¿Hoy qué estará diciendo el Señor de sus pastores que acobardados no son capaces de denunciar las ambigüedades de este pontificado?. Veamos aquí la noticia de la Conferencia Episcopal Española.
Juan proclama en el desierto de Judea, en otras palabras predica y sabemos bien que sus palabras no son suyas sino la Palabra del Señor.  Y no tiene miedo de nadie.  El desierto es el lugar privilegiado del encuentro con Dios, de purificación, también de las grandes tentaciones.  Estamos viviendo un fuerte tiempo de desierto y tenemos que agudizar nuestros oídos para escuchar la voz del Señor.  Tenemos la esperanza que después del desierto venga la Tierra Prometida, que este desierto sea solo el tránsito de la esclavitud a la libertad que sólo da el Señor.  Nuestro Señor Jesús se preparó en el desierto en oración y ayuno antes de iniciar su Ministerio.
El mensaje de Juan es claro: Conversión!!! Y tristemente de esto se habla poco en estos últimos tiempos de la Iglesia. El dios moderno que nos quieren hacer creer es aquel que todo lo perdona aún sin necesidad de un camino de conversión.  El dios de la misericordia que no juzga.  En ese dios yo no creo!!! Yo creo en el Dios Misericordioso, que precisamente por su misericordia, me habla a través de sus Ministros fieles que me advierten que si no me convierto, estoy en riesgo de perder la vida eterna. Creo en el Dios que me corrige porque me ama, en el Dios que me hace caer en la cuenta que cuando vivo en pecado, soy esclavo del pecado.  Creo en Jesucristo, Hijo de Dios, que es mi Señor y que se atrevió a llamar a los que no lo aceptaban: «Vosotros sois hijos de vuestro padre el diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre» (Jn 8,44).
Juan llevaba un vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero en la cintura.  Lleva el vestido clásico de los profetas (Za 13,4) y en particular Elías (2 Re 1,8).
Entre los que se venían a bautizar estaban muchos fariseos y saduceos (el problema hoy con tanta confusión es que a los que son fieles a la doctrina se les llama fariseos. Los que están haciendo esos juicios se creen los más santos y creen que son los más libres delante a la ley del Señor porque no la cumplen, aunque hacen creer que sí lo hacen).  Juan no tiene miedo y les dirige palabras purísimas: «¡Raza de víboras! ¿quién os ha enseñado huir de la ira inminente?». La ira significa la ira del Dios Santo frente al pecado (Is 30,27-33). Los fariseos y saduceos tienen que dar frutos de conversión al igual que nosotros.  Ellos creían que era suficiente pertenecer al pueblo de Israel y ser hijos de Abraham. Nosotros católicos no podemos pensar que con participar de la Eucaristía dominical es suficiente o con acercarnos a recibir la comunión muchas veces incluso con una mala preparación. No es suficiente haber recibido los sacramentos de iniciación cristiana y ser casado por la Iglesia para tener asegurada la entrada en el Cielo.
Si el árbol de la nuestra vida no da buenos frutos, será cortado y arrojado al fuego.  No podemos maquillar la Palabra de Dios para que suene más bonita.  Es Palabra de Dios y antes pasará el Cielo y la Tierra que se deje de cumplir una letra de la Palabra del Señor.
Somos bautizados, demos testimonio de ese bautismo que hemos recibido del Señor que no es sólo con agua como el del Bautista, es el Bautismo en el nombre de la Trinidad que nos hace templos del Misterio de Dios.
Pidamos al Señor que nos recoja en su granero del Cielo y que nos libre del fuego que no se apaga.
Dios los bendiga
Padre Elías.
 
 

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