ADESSO, IL COMUNISMO (AHORA, EL COMUNISMO)

 
Lei mi disse qualche tempo fa che il precetto «Ama il prossimo tuo come te stesso» doveva cambiare, dati i tempi bui che stiamo attraversando, e diventare «più di te stesso». Lei dunque vagheggia una società dominata dall’eguaglianza. Questo, come Lei sa, è il programma del socialismo marxiano e poi del comunismo. Lei pensa dunque una società del tipo marxiano?
«Più volte è stato detto e la mia risposta è sempre stata che, semmai, sono i comunisti che la pensano come i cristiani. Cristo ha parlato di una società dove i poveri, i deboli, gli esclusi, siano loro a decidere. Non i demagoghi, non i barabba, ma il popolo, i poveri, che abbiano fede nel Dio trascendente oppure no, sono loro che dobbiamo aiutare per ottenere l’eguaglianza e la libertà».
…………………………
Estas palabras forman parte de una entrevista realizada a Bergoglio por Eugenio Scalfari y publicada por el diario “La Repubblica” en su edición digital ayer 11 de noviembre (ver aquí). Para aquéllos lectores que no saben italiano, traduzco tanto la pregunta de Scalfari, como la respuesta de Bergoglio:
“Usted me dijo hace algún tiempo que el precepto “Ama al prójimo como a ti mismo” debía cambiar, dado los tiempos oscuros que estamos atravesando, y ampliarse a “más que a ti mismo”. Usted sueña con una sociedad dominada por la igualdad. Esto, como usted sabe, es el programa del socialismo marxista y después del comunismo. ¿Piensa usted en una sociedad de tipo marxista?
Muchas veces se ha dicho y mi respuesta siempre ha sido que son los comunistas los que piensan como los cristianos. Cristo habló de una sociedad donde los pobres, los débiles, los excluidos, sean llamados a decidir. No los demagogos, no los barrabás, sino el pueblo, los pobres, tengan fe en Dios o no, a ellos debemos ayudar a alcanzar la igualdad y la libertad”.
…………………….
Hace escasamente un par de semanas encajamos la noticia de la firma por parte de Bergoglio en Lund, Suecia, de un documento conjunto luterano – católico en el cual se pone en cuestión el dogma de la transubstanciación, en un acto ecumenista en el sentido condenado por Pio XI en su encíclica “Mortalium animos”. Ahora nos hallamos ante unas palabras públicas y publicadas en las que se afirma que “han sido los comunistas los que piensan como los cristianos”. No sabía yo que los cristianos compartiéramos ideas con los criminales asesinos de Paracuellos y Katyn, por citar sólo dos ejemplos históricos. Pero dado que se nos ilustra desde tan elevado vértice sobre esta coincidencia en las ideas, consultemos el Manifiesto comunista de Marx y Engels,  (un estudio aquí), en busca de enseñanzas cristianas en este, hasta ahora, desconocido “Quinto Evangelio”.
De momento, en el frontispicio, nos encontramos con la primera en la frente. Puede verse en la página 49 del estudio identificarse, por parte de los mismos comunistas, en cita del Manifiesto, a los cristianos entre sus enemigos, pues tal se desprende de “Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”. Entiendo que para los redactores comunistas del Manifiesto, los cristianos, representados en la figura del papa, formamos parte de la santa jauría conjurada contra ellos. Si nos atenemos a la enseñaza de Cristo relativa a que “quien no está contra nosotros, está con nosotros” (Lc. 9, 49 – 50), hemos de deducir que quien nos identifica como su enemigo, no está con nosotros. Por tanto, no creo que podamos colegir sin atropellar la más elemental lógica, que ellos piensen como nosotros.
Dejando atrás este escollo de que los comunistas nos tengan identificados “ab initio” como sus enemigos, fruslería sin la mayor importancia con apenas reflejo en la realidad histórica, pues tal idea no ha guiado nunca su comportamiento con nosotros los cristianos (ironía off), pasemos a comparar su manera de entender la Historia con la nuestra.
Los comunistas conciben así la Historia:
“Toda la historia de la sociedad humana, hasta el día, es una historia de luchas de clases. Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.”
Esta visión de la Historia además de simplista y reduccionista, atiende sólo a las consecuencias, sin remontarse a las causas. Es cierto que la lucha, el enfrentamiento, es denominador común de toda la historia humana, pero no se reduce a esa lucha de clases, sino lo correcto es decir que se trata de un todos contra todos: guerras entre naciones, reinos, imperios y tribus, estando unidas todas las clases sociales de un reino contra las del reino enemigo; guerras civiles en un mismo país, luchas entre familias, entre empresas, entre clanes, y entre individuos concretos. El comunismo identifica, erróneamente, la causa de esa lucha de clases con la economía, con la ambición económica, con el afán de dominio, por razones económicas, de unas clases sociales sobre otras; mientras que el cristianismo identifica, por haberlo así revelado Dios, la causa de esa constante lucha -no reducida a clases sociales, sino que llega hasta los individuos concretos- con el pecado original. La causa de la lucha, y por extensión podríamos decir, la causa de todo mal, para el comunismo es un elemento inmanente, terrenal -la economía-, mientras que para el cristianismo es un elemento espiritual y de origen sobrenatural, incluso ajeno al hombre en su génesis: el pecado, que no es consustancial al hombre, sino adquirido por éste en su rebelión contra Dios, al caer en la tentación en que le puso un espíritu petrificado en el mal absoluto e incapaz de todo bien –el demonio-.
Parece que comunismo y cristianismo divergen bastante en su concepto del devenir de la Historia humana y en las causas del mal.
Si atendemos a la finalidad de la Historia, la divergencia entre comunismo y cristianismo no hace sino acentuarse. Es cierto que ambos buscan o anhelan un paraíso. Pero los comunistas buscan y pretenden crear un paraíso en esta Tierra, mientras que los cristianos sabemos -una vez más, por revelación divina- que el paraíso trasciende esta Tierra. “Mi Reino no es de este mundo”, dijo el Señor ante Pilatos, y basta esta sentencia para tener por errónea toda postura que pretenda reducir a Cristo a un mero reformador social y político.
Por eso es falso y errado que “Cristo habló de una sociedad donde los pobres, los débiles, los excluidos, sean llamados a decidir”. Tras el concilio Vaticano II hemos oído muchas veces hablar de la opción preferencial por los pobres, de hacer un mundo mejor, y si esto se entiende como una suerte de programa económico – político que la Iglesia está llamada a desarrollar, se yerra de medio a medio. La Iglesia nunca ha defendido en su doctrina que, mediante procedimientos revolucionarios violentos -y esto sí está en la doctrina comunista- , o mediante reformas políticas y sociales, se haya de lograr erradicar absolutamente la pobreza. El cristiano sabe, por habérnoslo dicho Cristo, que “a los pobres siempre los tendréis con vosotros, y siempre que queráis les podréis hacer bien” (Mc. 14, 7). Esto es así porque la pobreza es otra de las tantas consecuencias del pecado, y no es erradicable de este mundo mediante revoluciones, programas sociales, ni movimientos políticos, porque su erradicación total está unida a la erradicación de su causa, y ésta no tendrá lugar completamente hasta más allá del tiempo histórico, hasta la Parusía.
Todo esto para un comunista no son más que patrañas, o aún peor, un objetivo a destruir violentamente. El comunismo postula que las religiones se han ido sustituyendo unas a otras sucesivamente siguiendo el modelo hegeliano de tesis – antítesis – síntesis bajo el que ellos lo ven todo, no siendo el cristianismo más que una suerte de síntesis surgida en un momento histórico, producto de la defunción de las religiones paganas. Dejemos hablar al Manifiesto:
“Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones antiguas fueron vencidas y suplantadas por el cristianismo. En el siglo XVIII, cuando las ideas cristianas sucumbían ante el racionalismo, la sociedad feudal pugnaba desesperadamente, haciendo un último esfuerzo, con la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad de conciencia y de libertad religiosa no hicieron más que proclamar el triunfo de la libre concurrencia en el mundo ideológico.
Se nos dirá que las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, jurídicas,etc., aunque sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan siempre un fondo de perennidad, y que por debajo de esos cambios siempre ha habido una religión, una moral, una filosofía, una política, un derecho. Además, se seguirá arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc., comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso de la sociedad. Pues bien, el comunismo -continúa el argumento- viene a destruir estas verdades eternas, la moral, la religión, y no a sustituirlas por otras nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el desarrollo histórico anterior.”
Menos mal que los comunistas piensan como nosotros y se conforman con considerarnos un objetivo a destruir violentamente. Si llegan a pensar distinto de nosotros, ¡no quiero imaginar qué se les habría ocurrido!
Retomando la cuestión en cuanto al tema de la pobreza, cierto es que el cristianismo clama contra las injusticias que sufren los pobres, pues ve en ellas lo que Dios ha revelado: un pecado que clama justicia al Cielo. Cada vez que se deja de pagar el salario justo a un trabajador, cada vez que se le somete a condiciones de trabajo indignas, cada vez que se le explota, el cristianismo enseña que se comete uno de los pecados que claman al Cielo , y que cada uno de esos actos -junto a los demás, como la práctica de la homosexualidad, el asesinato, el agravio al forastero, la viuda o el huérfano- son tantos gritos a Dios de las víctimas, que aunque tarda porque espera con inmensa paciencia que el pecador se arrepienta ( 2 Pe. 3, 8 – 9), terminará por actuar haciendo justicia, pues “vendrá el día del Señor como ladrón, día en que los cielos estrepitosamente pasarán, y los elementos abrasados se disolverán, y la Tierra, con cuantas obras hay en ella, será alcanzada por el fuego” ( 2 Pe. 3, 10).
A diferencia, pues, del cristianismo, el comunismo se siente llamado a hacer justicia -su “justicia”-, creando una sociedad nueva, mediante su revolución, suplantando en este atributo al mismo Dios.
Concluyo en este punto la cuestión referida a las abismales diferencias entre comunismo y cristianismo en relación con la pobreza, para pasar a mencionar qué doctrina tienen uno y otro respecto de la institución familiar.
El comunismo no ve en la familia otra cosa que una estructura de explotación económica, en la que el hombre es la clase opresora, y la mujer y los hijos la clase oprimida. Por tanto, concluyen los comunistas, la familia debe ser igualmente destruida y sustituida por un sistema de colectivización de la mujer. Así, tal como suena. Dejemos, una vez más, hablar al Manifiesto:
“¡Abolición de la familia! Al hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más radicales gritan escándalo.
Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. Sólo la burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pública prostitución.
Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.
¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres? Sí, es cierto, a eso aspiramos.
Pero es, decís, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social.
¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.
Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis colectivizar a las mujeres!
El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer.
No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.
Nada más ridículo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el comunismo. No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad.
Nuestros burgueses, no bastándoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una grandísima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.
En realidad, el matrimonio es ya la comunidad de las esposas. A lo sumo, podría reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado régimen colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer. Por lo demás, fácil es comprender que, al abolirse el régimen actual de producción, desaparecerá con él el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia en la prostitución, en la oficial y en la encubierta.”
Merced a todas estas gratificantes coincidencias entre las doctrinas comunista y cristiana, no se entiende que el papa Pio XI diera en la peregrina idea de reiterar las condenas de la Iglesia contra el comunismo en su encíclica “Divini Redemptoris”, de 19 de marzo de 1937 (ironía off). Dijo refiriéndose al comunismo que “pueblos enteros están en peligro de caer de nuevo en una barbarie peor que aquella en que yacía la mayor parte del mundo al aparecer el Redentor”, lo tildó de “peligro amenazador”, y añadió que “Frente a esta amenaza, la Iglesia católica no podía callar, y no calló. No calló esta Sede Apostólica, que sabe que es misión propia suya la defensa de la verdad, de la justicia y de todos aquellos bienes eternos que el comunismo rechaza y combate. Desde que algunos grupos de intelectuales pretendieron liberar la civilización humana de todo vínculo moral y religioso, nuestros predecesores llamaron abierta y explícitamente la atención del mundo sobre las consecuencias de esta descristianización de la sociedad humana. Y por lo que toca a los errores del comunismo, ya en el año 1846 nuestro venerado predecesor Pío IX, de santa memoria, pronunció una solemne condenación contra ellos, confirmada después en el Syllabus. Dice textualmente en la encíclica Qui pluribus: «[A esto tiende] la doctrina, totalmente contraria al derecho natural, del llamado comunismo; doctrina que, si se admitiera, llevaría a la radical subversión de los derechos, bienes y propiedades de todos y aun de la misma sociedad humana»[1]. Más tarde, uno predecesor nuestro, de inmortal memoria, León XIII, en la encíclica Quod Apostolici numeris, definió el comunismo como «mortal enfermedad que se infiltra por las articulaciones más íntimas de la sociedad humana, poniéndola en peligro de muerte»[2], y con clara visión indicaba que los movimientos ateos entre las masas populares, en plena época del tecnicismo, tenían su origen en aquella filosofía que desde hacía ya varios siglos trataba de separar la ciencia y la vida de la fe y de la Iglesia.”
Ante la enorme confusión y mayúsculo error que supone, por tanto, decir que “son los comunistas los que piensan como los cristianos”, conviene escuchar al papa. Me estoy refiriendo a Pio XI, naturalmente:
“El comunismo de hoy, de un modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado, encierra en sí mismo una idea de aparente redención. Un pseudo ideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo satura toda su doctrina y toda su actividad con un cierto misticismo falso, que a las masas halagadas por falaces promesas comunica un ímpetu y tu entusiasmo contagiosos, especialmente en un tiempo come el
nuestro, en el que por la defectuosa distribución de los bienes de este mundo se ha producido una miseria general hasta ahora desconocida.
La doctrina que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras se funda hoy sustancialmente sobre los principios, ya proclamados anteriormente por Marx, del materialismo dialéctico y del materialismo histórico, cuya única genuina interpretación pretenden poseer los teóricos del bolchevismo. Esta doctrina enseña que sólo existe una realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal, hombre. La sociedad humana, por su parte , no es más que una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin clases. En esta doctrina, como es evidente, no queda lugar ninguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el espíritu y la materia ni entre el cuerpo y el alma: no existe una vida del alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en una vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas afirman que el conflicto que impulsa al mundo hacia su síntesis final puede ser acelerado por el hombre. Por esto procuran exacerbar las diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto de una cruzada para el progreso de la humanidad. Por consiguiente, todas las fuerzas que resistan a esas conscientes violencias sistemáticas deben ser, sin distinción alguna, aniquiladas como enemigas del género humano.”
“¿Qué sería, pues, la sociedad humana basada sobre estos fundamentos materialistas? Sería, es cierto, una colectividad, pero sin otra jerarquía unitiva que la derivada del sistema económico. Tendría como única misión la producción de bienes por medio del trabajo colectivo, y como fin el disfrute de los bienes de la tierra en un paraíso en el que cada cual «contribuiría según sus fuerzas y recibiría según sus necesidades».
Hay que advertir, además, que el comunismo reconoce a la colectividad el derecho o más bien un ilimitado poder arbitrario para obligar a los individuos al trabajo colectivo, sin atender a su bienestar particular, aun contra su voluntad e incluso con la violencia. En esta sociedad comunista, tanto la moral como el orden jurídico serían una simple emanación exclusiva del sistema económico contemporáneo, es decir, de origen terreno, mudable y caduco. En una palabra: se pretende introducir una nueva época y una nueva civilización, fruto exclusivo de una evolución ciega: «una humanidad sin Dios».
“Cuando todos hayan adquirido, finalmente, las cualidades personales requeridas para llevar a cabo esta clase de humanidad en aquella situación utópica de una sociedad sin diferencia alguna de clases, el Estado político, que ahora se concibe exclusivamente come instrumento de dominación capitalista sobre el proletariado, perderá necesariamente su razón de ser y se «disolverá»; sin embargo, mientras no se logre esta bienaventurada situación, el Estado y el poder estatal son para el comunismo el medio más eficaz y más universal para conseguir su fin.
¡He aquí, venerables hermanos, el pretendido evangelio nuevo que el comunismo bolchevique y ateo anuncia a la humanidad como mensaje de salud y redención! Un sistema lleno de errores y sofismas, contrario a la razón y a la revelación divina; un sistema subversivo del orden social, porque destruye las bases fundamentales de éste; un sistema desconocedor del verdadera origen, de la verdadera naturaleza y del verdadero fin del Estado; un sistema, finalmente, que niega los derechos, la dignidad y la libertad de la persona humana”.
También tuvo Pio XI unas palabras para los efectos del comunismo en nuestra España, que calificó de “horrores”:
“El furor comunista no se ha limitado a matar a obispos y millares de sacerdotes, de religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y a aquellas que precisamente trabajan con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que, además, ha matado a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados aún hoy día en masa, por el mero hecho de ser cristianos o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa es realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad que jamás se hubieran creído posibles en nuestro siglo. Ningún individuo que tenga buen juicio, ningún hombre de Estado consciente de su responsabilidad pública, puede dejar de temblar si piensa que lo que hoy sucede en España tal vez podrá repetirse mañana en otras naciones civilizadas”.
Afirmó Pio XI en la encíclica que vengo citando que las violencias y atrocidades comunistas, a diferencia de otras barbaridades cometidas en otros momentos históricos o por otras revoluciones o guerras, no son “un fenómeno transitorio que suele acompañar a todas las grandes revoluciones, o excesos aislados de exasperación comunes a toda guerra; no, son los frutos naturales de un sistema cuya estructura carece de todo freno interno”, y ello porque “esto es lo que con sumo dolor estamos presenciando: por primera vez en la historia asistimos a una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino (cf. 2Tes 2,4). Porque el comunismo es por su misma naturaleza totalmente antirreligioso”. De esta cita magisterial y mención al pasaje en que San Pablo apóstol refiere la aparición del Anticristo, previa apostasía en la Iglesia, deduzco que el comunismo es en su esencia anticrístico, y extrayendo más allá las consecuencias de esta afirmación de S. S. Pio XI, me atrevo a concluir que comparar positivamente al comunismo y al cristianismo es, además de un insulto, una blasfemia monstruosa, pues, ¿cómo vamos a pensar los cristianos igual que los conductores e instigadores “por primera vez en la historia de una lucha fríamente calculada y cuidadosamente preparada contra todo lo que es divino”?
Concluyamos con la identificación del padre ideológico del comunismo, también referido por Pio XI en la misma encíclica:
“El liberalismo ha preparado el camino del comunismo
16. Para explicar mejor cómo el comunismo ha conseguido de las masas obreras la aceptación, sin examen, de sus errores, conviene recordar que estas masas obreras estaban ya preparadas para ello por el miserable abandono religioso y moral a que las había reducirlo en la teoría y en la práctica la economía liberal. Con los turnos de trabajo, incluso dominicales, no se dejaba tiempo al obrero para cumplir sus más elementales deberes religiosos en los días festivos; no se tuvo preocupación alguna para construir iglesias junto a las fábricas ni para facilitar la misión del sacerdote; todo lo contrario, se continuaba promoviendo positivamente el laicismo. Se recogen, por tanto, ahora los frutos amargos de errores denunciados tantas veces por nuestras predecesores y por Nos mismo. Por esto, ¿puede resultar extraño que en un mundo tan hondamente descristianizado se desborde el oleaje del error comunista?”
De manera que, de amigos comunistas… y de sus padres liberales, líbranos, Señor.
Rafael Laza

Como Vara de Almendro

info@comovaradealmendro.es .

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