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TRANSUBSTANCIACIÓN: MYSTERIUM FIDEI

 
Desde sus orígenes, la Iglesia ha creído siempre que el pan y el vino consagrado por el sacerdote, que repite con fidelidad las palabras de Jesucristo “la noche que iba a ser entregado” : “tomad y comed, esto es mi cuerpo; tomad y bebed, esta es mi sangre”, se convierten, se transubstancian realmente en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
He aquí algunas citas de los Santos Padres:
San Ignacio de Antioquía escribe contra los que no creen que Cristo haya asumido la carne humana, por ello es que niegan asimismo la Eucaristía, pues no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro salvador Jesucristo, la misma que padeció por nuestros pecados, la que por su benignidad resucitó el Padre. «Los que contradicen el don de Dios, litigando, mueren. » (Ad Smirniotas c.7,No.1.PG.5,731). San Justino hablando de la Eucaristía dice: «Este alimento se llama entre nosotros ´Eucaristía´, del cual a ningún otro es lícito participar, sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, ya que ha sido purificado por el bautismo para el perdón de los pecados y para la regeneración; y que vive como Cristo enseñó. Estas cosas no las tomamos como pan ordinario ni como bebida ordinaria, sino que así como por el Verbo de Dios, que se encarnó, tomó carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado mediante la palabra de oración que procede de él (alimento con el que nuestra carne y nuestra sangre se nutren con arreglo a nuestra transformación) es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó» (Apología 1,65,ss).
San Ireneo de Lyon (que fue discípulo de San Juan apóstol y evangelista) dice: “¿Cómo, pues, les constará que este pan en el que han sido dadas las gracias, es el cuerpo del Señor y el cáliz de su sangre, si no dicen que él es el Hijo del hacedor del mundo, su Verbo, por el que el leño fructifica y las fuentes manan, y la tierra da primero tallo y despues espiga y finalmente trigo pleno en la espiga? (Adv. Haer 4,18; PG 7,1027). También contra los herejes se pregunta cómo ellos no admiten la resurrección de la carne, siendo que en la Eucaristía nos alimentamos de la carne resucitada de Cristo (Adv. Haer 4,18; PG 7,1027).
Y San Agustín explica sencillamente el misterio de la transubstanciación: «Lo que veis, queridos hermanos, en la mesa del Señor es pan y vino, pero este pan y este vino, al añadírseles la palabra, se convierten en cuerpo y sangre de Cristo. Si quitas la palabra, es pan y vino; añades la palabra, y ya son otra cosa. Y esta otra cosa es el cuerpo y la sangre de Cristo. Quita la palabra, y es pan y vino; añade la palabra, y se hace sacramento. A todo esto decís: ¡Amén! Decir amén es suscribirlo. Amén significa que es verdadero» (Sermón 6,3).
El término transubstanciación remite al concepto aristotélico de la substancia y los accidentes, que Santo Tomás de Aquino toma y desarrolla para explica qué misterio ocurre en la consagración. De este modo, para explicar el cambio producido por la consagración en las especies de pan y vino, afirmamos que mientras sus accidentes (color, apariencia, sabor, textura, etc.) no han cambiado, sin embargo su sustancia (la de pan) sí se ha transformado en la sustancia del Cuerpo de Cristo. Lo mismo se predicaría de su sangre. Transubstanciación por tanto nos habla del cambio de sustancia (trans-sustancia) realizado en el pan y vino consagrados. Ya no son pan y vino, aunque parezcan pan y vino, pues son el Cuerpo y la Sangre del Señor. A ese cambio radical, a ese cambio en la sustancia es al que se refiere la transubstanciación.
No tiene la fe católica quien cuestione esto, pues fue definido como dogma por el papa Inocencio III en la 13ª sesión del concilio de Trento, el 11 de octubre de 1551. Dice así el decreto :
«Cristo, Redentor nuestro, dijo ser verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la apariencia de pan, de ahí que la Iglesia de Dios tuvo siempre la persuasión y ahora nuevamente lo declara en este santo concilio, que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. La cual conversión, propia y convenientemente, fue llamada transubstanciación por la santa Iglesia Católica.»
Y después del concilio Vaticano II, el papa Pablo VI señaló en su encíclica “Mysterium fidei”:
“Tal presencia (la de Cristo en la Eucaristía) se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro . Falsamente explicaría esta manera de presencia quien se imaginara una naturaleza, como dicen, «pneumática» y omnipresente, o la redujera a los límites de un simbolismo, como si este augustísimo sacramento no consistiera sino tan sólo en un signo eficaz de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión con los fieles del Cuerpo místico”
El concepto y término transubstanciación es absolutamente esencial en el contenido y formulación de este dogma, tanto que así lo define bajo anatema el concilio de Trento:
“D-884 Can. 2. Si alguno dijere que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama transustanciación, sea anatema.”
Por eso Pablo VI aclara en la “Mysterium fidei” que cualquier otra forma de explicar el misterio (presencia espiritual o pneumática, o presencia meramente simbólica), que no acepte la conversión sustancial del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, es falsa.
Por eso mismo, de acuerdo con Pio XI, quien en su encíclica “Mortalium animos” de 1928 explicó magisterialmente cómo ha de entenderse el ecumenismo (“la unión de los cristianos no se puede fomentar de otro modo que procurando el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día desdichadamente se alejaron; a aquella única y verdadera Iglesia que todos ciertamente conocen y que por la voluntad de su Fundador debe permanecer siempre tal cual El mismo la fundó para la salvación de todos”), cualquier encuentro con luteranos acerca de la Eucaristía pasa necesariamente por procurar que ellos acepten el concepto y dogma de la transubstanciación tal cual ha sido creído siempre por la Iglesia, y abandonen sus errores. Cualquier transacción o cesión en materia de fe es un acto de apostasía, y tal es la calificación que merece quien quiera que sea el que transija o ceda en materia de fe, por muy blanca que lleve la sotana. Más aún si se trata del dogma de fe en la transubstanciación, pues como explican los Santos Padres al principio citados, este dogma se halla en íntima relación con los de la Encarnación y la Resurrección, por lo que quien niega o cuestiona o transige en la transubstanciación, niega o cuestiona o transige implícitamente en todos éstos. Y además, pone en suerte que pueda ser atacado el sancta sanctorum, el tabernáculo, para que pueda tener lugar su sustitución… por otro culto.
“Cuando veáis la abominación desoladora anunciada por el profeta Daniel erigida en el lugar santo (el que lee que entienda), entonces los que vivan en Judea huyan a los montes, el que esté en la azotea, no baje a recoger nada en casa, y el que esté en el campo, no vuelva a recoger el manto” (Mt. 24, 15 – 18)
“Hará una alianza con muchos durante una semana: durante media semana hará cesar el sacrificio y la ofrenda, y pondrá sobre el altar la abominación desoladora, hasta que el fin decretado le llegue al desolador” (Dan. 9, 27)
 
Rafael Laza

Como Vara de Almendro

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