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EL ORIGEN DEL SER HUMANO. COMPRENSIÓN DEL GÉNESIS CONFORME A LA BEATA CATALINA EMMERICH

La beata Catalina Emmerich tuvo revelaciones sobre el origen del hombre en el siglo XIX. Esas revelaciones ayudan a comprender dos aspectos: la condición caída del hombre y el papel de los ángeles caídos. Vamos a hacer un comentario desde ellas para dar respuesta a insidias modernas sobre nuestros orígenes.
 La tierra fue creada como expone el Génesis, con los materiales biológicos de aquí (el barro) fue creado Adán, como los otros seres vivos. Adán fue elevado al paraíso terrenal de inmediato, no un lugar geográfico de la tierra, donde la materialidad era sublime. El cuerpo de Adán, aunque material estaba en el espectro luminoso de la materia.
 La tierra que conocemos había estado poblada de seres de todo orden, los que conocemos por la paleontología. Pero Adán no procede de una genealogía bestial, aunque tras la caída sí que tuvo que volver adonde había sido tomado su “barro”, este mundo, donde habitaban y habían habitado bestias de todo orden, como los espantosos dinosaurios. Es posible que le hubieran acompañado los animales del paraíso terrenal, que ya lo ayudaban allí y lo servían, pero teniendo que venir también en cambio corporal de opacidad; serían los ancestros de los bellos seres que contemplamos hoy día, coherentes con nuestro modelo perceptivo de belleza y gracia, y de los cuales no puede haber “originales” previos de millones de años, porque no hay ningún eslabón hasta los supuestos originales, ni de los animales actuales ni del hombre.
Los restos de homínidos extinguidos no son ancestros del ser humano. Su monstruosidad indica que fueron generados de manera perturbadora por los ángeles caídos. Estos siguen hablando hoy a través de los supuestos científicos evolucionistas, de la cultura popularizada por los medios de comunicación y de los museos de la evolución. La teoría de la evolución es una gran falsedad a medias. Desde adaptaciones orgánicas menores pretende explicar orígenes complejos de nuevas especies. Que haya tenido éxito de difusión se explica por la necia necesidad humana de negar a Dios, o sea el ateísmo.
Eva fue extraída de Adán en el paraíso terrenal de la sublime materialidad. Su descendencia sería por acción espiritual, no como hoy la conocemos. ¿De dónde surgió entonces el modo actual de procrear? Con la caída, el ser humano que dependía de Dios en todo y de su conocimiento y enseñanza vivía, perdió este contacto fácil, y pasó a depender de sí mismo y de los otros seres, ahora en cuasi ceguera y malas intenciones o convenios egoístas. Ahora la descendencia sería en la materialidad orgánica, en el deseo carnal. En su nueva carne opaca, estaba sujeto a la muerte y además el ADN podría ser manipulado por enemigos del hombre, los ángeles caídos, produciendo toda clase de deformaciones y enfermedades.
 El pecado original no consistió en un acto deshonesto prohibido, porque no había cuerpos como los actuales, ni deseo sexual como ahora. Fue un acto de desobediencia simple y consciente sobre una elección basada en la aparente hermosura del objeto. Se comió del árbol de la ciencia del bien y del mal. El fruto prohibido produjo un nuevo conocimiento: el del pecado y sus consecuencias.
El paraíso terrenal no pudo estar en la tierra actual, al menos en las mismas condiciones de materialidad, porque quedó inviolado, Adán y Eva fueron expulsados de allí, y puesta protección angélica. No degeneró como ocurrió a nuestros primeros padres. Está en un orden de espacio que no podemos ver en nuestro actual estado de caída y no hay tecnología que pueda percibirlo. Adán y Eva tuvieron una transformación corporal hasta el cuerpo que conocemos hoy, así y todo, bello y construido con suma inteligencia.
 Los impíos decían antes que veníamos del mono y ahora que venimos del espacio o que nos han creado extraterrestres. Son traducciones malignas de la verdad. La palabra extraterrestres es engañosa, engloba a ángeles buenos y malos en una sola categoría. Los ángeles caídos dominaron la tierra en los milenios oscuros, haciéndose adorar por todas las culturas. La verdad fue depositada en la tierra de germinación que era el pueblo judío, de donde nació Cristo y María.
 María también fue extraída del seno de Adán, justo antes de que él fuera a aceptar la tentación. Su ser fue depositado en el seno divino para ser enviado a la tierra en precedencia de su Hijo Jesús. Ninguna culpa tuvieron desde el pecado original, María por prevención y Jesús porque era segunda persona de la Trinidad creadora. Pero sí fueron enviados en carne, en la carne que conocemos, manteniendo su espíritu en la candidez original de Adán, pero teniendo que experimentar el mal en completo contraste con sus almas purísimas. Y siendo amenazados de continuo por la tentación. Al superar todas las tentaciones se inmolaron y reestablecieron los lazos entre la humanidad y Dios, rehicieron el puente antes roto hacia El. Un puente que son Ellos mismos, Jesús y María.
El secreto del paraíso era hacer todas las cosas con Dios sin solución de continuidad. El secreto de la santidad es el mismo del paraíso, volver a la unión en el cotidiano. La santidad de los siglos pasados era piedra rara. Se creía llegar a la santidad por sacrificios, pero no, es por obediencia, la obediencia en una cosa pequeña es superior a todo lo que venga de iniciativa propia hasta en cosas de apariencia buena, como predicar, construir, sanar, etc. Recuperar el camino que tenía Adán en el paraíso, no sólo las bellezas, es sobre todo cosa interior, volver a la comunicación ininterrumpida con Dios para poder ser obedientes en perfección. Es una lucha continua contra la falta de comunicación con Dios, causada por nuestro orgullo y terquedad. No se trata de una obediencia cuyo sólo mérito venga de la contrariedad, sino de seguir el consejo divino y maternal de María hasta en las más pequeñas cosas, porque es como mejor nos va a ir todo. Por eso esta aceptación del pacífico consejo divino es el programa que hay que seguir, y para ello es extremadamente importante no romper los canales de comunicación que El y la Madre nos tienden en nuestra cotidianeidad y en sus manifestaciones públicas.

Marc Vincent

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