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LA FE Y LA SANTIDAD EXIGEN LA HUMILLACIÓN

«Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado» Lc.14,11
«Sí, basta humillarse. Basta aceptar con paciencia y mansedumbre las propias imperfecciones. Esa es la verdadera santidad» 
(Santa Teresita de Lisieux, Historia de un alma).
«Un corazón contrito y humillado, Tú no lo desprecias, Señor» Salmo 51,17
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La santidad es incompatible con quien no quiere humillarse. El que no se humilla delante de Dios, elige su propio destino, desgraciado destino al margen de Dios. Dios te salva cuando tú te humillas. Sin humillación, no hay Salvacion. De hecho, nosotros recibimos la Redencion gracias a la Humillacion del Verbo, que se hizo hombre pasando por uno de tantos, hasta morir en la cruz muy injusta y cruelmente.La clave, por tanto, está en la humillacion: «porque ha mirado la humillacion de su esclava» Lc.1,48. En el Magnificat se expresa dónde está la verdadera alegria, la única posibilidad de vivirla. No hay más. Es fundamental que lo leamos y meditemos concienzudamente, no tiene desperdicio. Que la llena de gracia nos ayude.
Jesus dice: «el que se humille será ensalzado» Lc.14,11. Ser ensalzado es ser Salvado. «El Señor alza de la basura al pobre y adorna con la victoria a los humildes», como dicen los salmos. Por eso, la gran tragedia, lo peor que le puede pasar al ser humano, es no querer humillarse ante Dios. Dios sí se humilló y se sigue humillando, sin tener porqué, pues es el único Santo, fuente de toda Santidad. También resulta trágico que dentro de la propia Iglesia se anime a la gente, a los fieles, ¡a no humillarse ante el mismísimo Dios! Reclinatorios, comulgatorios, genuflexión al pasar ante el sagrario…¡para qué!
Cuando Pedro se humilla ante Jesus de esta manera: «Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.» Lc.5,8, pasa que inmediatamente recibe del Señor la confirmacion: «No temas, en adelante seras pescador de hombres» Lc.5,10. Esa…¡ésa humillacion ipso facto le capacita! Porque permite a Dios actuar en su vida y hace que Pedro parta desde la actitud justa, correcta, adecuada. Por el contrario, cuando Pedro lo que quiere es que Jesus no se humille hasta el máximo en su Pasión, ni sufra las contrariedades consiguientes, entonces lo que recibe es la peor de las recriminaciones por parte del Maestro: «apártate de mi, satanás, porque tú piensas como los hombres, no como Dios» Mc.8,33.
El buen ladrón fue bueno porque se humilló. Sin humillación ante Dios, NO HAY SALVACION. Que se lo pregunten al otro ladrón, jactancioso y deslenguado, prepotente y chulesco. Y es que la fe nace y crece cuando humillamos nuestra razón, nuestro orgullo herido por el pecado original, nuestra soberbia ante la Palabra de Dios que se hizo carne. Cuando luego sabemos, porque así nos lo dice la Esposa de Cristo, la Santa Madre Iglesia, en su Magisterio que no falla, que Jesús se hace Presente realmente en el Pan consagrado. Estamos ante el Misterio de nuestra fe por excelencia y que más exige de nuestra humillación y adoración. Nuestra total entrega. Nuestro máximo amor y reverencia.
«Humillaos bajo la poderosa mano de Dios, para que El os exalte a su debido tiempo» I Ped.5,6. La humillacion es la única que te puede hacer comprender. El Señor se vale de ella para que tú puedas comprender…¡quién es quien! Quién es El, y quién eres tú. No es un capricho, ni un jueg
o con el que el Señor disfrute. Es una vacuna contra nuestra soberbia demoníaca.
¿Qué son las enfermedades, sino humillaciones a nuestra auto suficiencia?
Y ¿qué hemos de comprender? Que todo, absolutamente todo se lo debemos a Dios, pues no somos más que siervos inútiles que hemos de hacer lo que hemos de hacer y siempre dando gracias por ello. Que todo lo malo, que todos nuestros pecados, son patrimonio exclusivo nuestro y se los hemos de entregar a Su Santa Misericordia. Que hemos de pedirle la gracia de la conversión cada día, así como todas las gracias de fe, humildad, caridad…¡si queremos ser y valer realmente algo! Porque lo que importa es lo que valgamos a los ojos de Dios, no del mundo.
Si yo no me humillo ante Dios, elijo mi propio destino. Y cuando no es Dios el dueño de mi destino, entonces elijo tristemente la nada y el vacío. Algo peor, elijo el no Dios, o sea, el infierno. Alli habitan los que no quisieron, ni quieren, humillarse ante Dios.
Cuando tengo delante a Jesus Sacramentado, solo cabe una actitud ante El, ante el Misterio más grande de nuestra santa fe. Ante la máxima humillacion de Dios para conmigo, le he de corresponder con mi máxima humillacion posible. Porque amor con amor se paga.
Dios no tiene por qué humillarse ante mi, pobre criaturita, pero lo hace. Y lo hace porque ME AMA, y quiere estar lo más que pueda a mi nivel, a mi disposicion. Al nivel de la tierra. Y yo, ¿no me voy a humillar? ¿Por qué preferir ser como el mal ladron que se auto condenó, mientras veía a Jesus sufriendo junto a él un martirio mucho más duro e injusto? No seamos así, y hagamos caso a la Palabra de Dios: «Someteos a Dios, y el diablo huirá de vosotros» St.4,7.
¿Por qué escoge María para sus apariciones, a niños como testigos y transmisores de sus mensajes? Porque son los que tienen más facilidad para humillarse ante el Misterio. Luego cuando crezcan les costaría más. Ellos son más puros, inocentes, humildes. Captan más facilmente las cosas del espiritu.
Fijémonos cómo enseña el angel de Portugal a los pastorcitos. Les dice que adoren al Señor, postrándose ante su Presencia Sacramental, con la cabeza inclinada, arrodillados, tocando la frente el suelo, mientras claman: «Dios mio, yo creo, adoro, espero y os amo, y os pido perdon por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman». Esta oración la deberíamos repetir cada día como nos lo pidió la Santísima Virgen. Vemos cómo, a la maxima humillacion del cuerpo, le sigue la de la oracion humilde que pide perdón, después de hacer un acto de confesion de fe del agrado de Dios.
Cada día la Iglesia en su Liturgia de las horas se enfrenta agradecida al invitatorio del salmo 94, del cual entresaco estos párrafos: «Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía». Ante la Presencia del Señor, ¡hemos de postrarnos por tierra bendiciendo al Señor! Ahí mismo te da la razón: ¡porque es nuestro Creador. Y no solo la mano que nos sostiene, sino la que nos ha dado la posibilidad de salvarnos del Infierno eterno al precio de la sangre derramada por Su único Hijo, abriéndonos las puertas del Paraíso que estaban cerradas. La Iglesia «somos su pueblo, el rebaño que él guía». Ante tanta Misericordia y gracia, ¡cómo no vamos a postrarnos cada día por tierra bendiciendo al Señor!
Y sigue el salmo invitándonos a escuchar en el día la voz del Señor, a no endurecer el corazón. Ciertamente, si no somos capaces de humillarnos ante el Señor y postrarnos ante Su Presencia, es que ya tenemos el corazón bien endurecido, y necesitamos con urgencia que nos arranque el corazón de piedra.
Esta es la gran paradoja: el que no se humilla, ¡ya esta humillado! Porque «solo Dios gobierna: a uno humilla, a otro ensalza» Salmo 74. Y desde luego, Dios nunca ensalzará al que no se humilla, o al que lo haga insuficientemente.
Recordemos lo que le pasó a Daniel (10:12-13):
«Entonces me dijo: No temas, Daniel, porque desde el primer día en que te propusiste en tu corazón entender y humillarte delante de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y a causa de tus palabras he venido.
Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso por veintiún días, pero he aquí, Miguel, uno de los primeros príncipes, vino en mi ayuda, ya que yo había sido dejado allí con los reyes de Persia».
El que se ensalza a sí mismo podra aparentar, a ojos del mundo, que está en lo mas alto, brillando. Pero lo que importa es cómo está ante los ojos de Dios, quien ve en lo secreto, al que no se le puede engañar. Y Dios lo verá posiblemente humillado, apagado, muerto. Estará alejado de Dios, y sólo cuando estamos cerca de El, tenemos luz y hasta alumbramos: «yo soy la Luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas» Jn.8,12. Y la condición para seguirle ya dijo que era: «niégate a ti mismo y toma tu cruz cada día» Mt.16,24.
Por eso, insiste Jesus: «aprended de mi que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera» Mt.11,29
Sin humillación, viviremos de meras apariencias, y eso no le gusta a Dios. Lo aborrece y a nosotros nos convierte en muertos por dentro. Por eso pidamos una y otra vez sin cansarnos la gracia de humillarnos humilde y santamente ante nuestro Dios. De hecho, si hay algo que critica mucho Jesucristo de los fariseos es la hipocresía, que sean sepulcros blanqueados. Los fariseos, escribas y maestros de la ley, antes que humillar su intelecto e intereses propios, ni siquiera viendo los muchos milagros de Jesus que llegan al colmo con la resurreccion de Lazaro, aceptan la Verdad. Prefieren matar a sangre fría al único Inocente, al Emmanuel. Y es que quien elige no humillarse, permanece en la oscuridad.
El ser humano ha sido creado por Dios para la adoración. O adoramos a Dios, o adoramos idolos, dioses que no son Dios. Creamos pues, para adorarle, glorificarle, alabarle, bendecirle y darle gracias de continuo a nuestro Creador y Salvador. Pero adorarle exige un acto de humildad, humillarse debidamente ante Su grandeza, y reconocer nuestra total dependencia para todo lo bueno, y ante la incomprensión del dolor que nos supera,saber decir fiat, como María al pie de la cruz.
Dios no nos pide nunca algo que antes no nos haya dado o esté dispuesto a darnos. Incluso nos da ejemplo para que sigamos sus huellas, como dice constantemente el evangelista Juan. Y así, en su entrega eucarística llega al máximo posible de la humillacion en favor de su criatura. El colmo de Su AMOR. Realmente presente como enseña el Magisterio infalible de la Iglesia Catolica en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, el Señor se pone a nuestra disposición, como un día lo hizo en las manos de María y José, pero también en las manos de Pocio Pilatos y sus esbirros.
Pidamos una y otra vez la gracia de saber humillarnos ante Dios.
Pidamos la gracia de la sencillez y humildad necesaria para que estas cosas que quedan ocultas a los sabios y entendidos, nos puedan ser reveladas a nuestros corazones.
«Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra» II Crón.7,14.

Solo quien se humille y Le adore debidamente, recibirá después las gracias y bendiciones que necesite y que Dios le quiera regalar, para poder vencer en la dura tarea o combate de la fe. Y precisamente «es la fe la que vence al mundo» I Jn.5,4.  Pues como dice el Señor a través de Santa Brígida de Suecia en una de sus revelaciones, títulada «Destino de cinco hombres que representan a todo el mundo»: «porque el Cielo no será sino para aquellos que se humillan a sí mismos y hacen penitencia».
«Sin fe es imposible agradar a Dios» Heb.11,6. «Y sin penitencia, todos pereceremos»Lc.13,5. No lo permita el Señor.
Amén. Amén. Amén.
Esteban Rubio Colle

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