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LA CREACIÓN. Nos estamos dejando robar las palabras. Padre Custodio

A la Iglesia no le faltan filósofos, ni teólogos, ni filólogos, ni especialistas en todas las disciplinas. Y sin embargo parece comportarse como si estuviese en la peor indigencia; o peor todavía, como si no creyese ya en su fuerza salvadora y en su obligación de aportar su saber y su fuerza para la salvación de toda la humanidad: no sólo de los católicos. Pues si la Iglesia se salva, salva con ella a la humanidad. Así de sencillo. Parece que se haya olvidado. Parece que no le resuenen las palabras de san Agustín que tan bien se ajustan a ella: Nullus est intéritus tuus, nisi te oblivisci quod interire non potes: Ninguna es tu perdición, sino olvidar que no puedes perderte. Si la Iglesia enarbola la bandera de la Vida y de la Familia, y de la Infancia (es la última emergencia), no sólo se salva ella, sino que salva a la humanidad entera de las lacras que la deshumanizan y la precipitan al abismo.

Recordando la primera pregunta del Catecismo de Lepe, que es el que nos enseñaron en nuestra infancia, caigo en la cuenta de cuánto cuantísimo hemos retrocedido. ¿Quién nos ha creado?, decía la primera pregunta. Y la respuesta, Nos ha creado Dios. Y a partir de ahí, toda la estructuración del mundo y del hombre en cristiano: y naturalmente en ese sistema de valores, al mundo se le llamaba preferentemente LA CREACIÓN. Es su nombre cristiano. A esta concepción del mundo, la única durante milenios, la nueva mundovisión anticristiana, el evolucionismo, la llamó creacionismo.

¡Cuánta doctrina en ese solo nombre! ¡La Creación! Pero la Iglesia, inclinada cada vez más al pensamiento líquido, se acomplejó ante la nueva doctrina, el evolucionismo, que se sustenta sobre ley del más fuerte, en las antípodas del cristianismo y tiró la toalla sin más, avergonzada de su ingenuidad. No fue capaz de ver que esa nueva explicación del mundo, no menos ingenua, porque sólo la fe puede dar cuenta del principio del mundo, lo que hacía por encima de todo era justificar la dominación de Europa sobre el resto del mundo: la aplicación de la ley del más fuerte también en la humanidad. Todo ello vestido con los oropeles de la fe en la ciencia.

¿Pero no se dieron cuenta esos sabios acomplejados, de que el creacionismo estructura en torno a sí y da fuertísima coherencia a una doctrina que afecta a toda la concepción de la vida humana, y que el evolucionismo por el contrario lleva a una concepción del mundo y de la vida humana casi diametralmente opuesta? Pues no, no se dieron cuenta, ¡tan sabios ellos!, y todo su afán fue compatibilizar el creacionismo y el evolucionismo, sometiendo el que venía de la eternidad, al que vino a “iluminar” (más bien a oscurecer) 150 años de la historia de la ciencia. Eso en el primer momento. Porque quedaron tan deslumbrados por el evolucionismo, que renegaron sin más del creacionismo, relegando el Génesis a la categoría de cuento para niños.

Ante todo, usted perdone: es tan indemostrable científicamente la evolución, sin fósiles intermedios que la avalen y por tanto tan de capa caída, como el big-bang, que anda necesitando ya el preceptivo relevo. Es que si la ciencia se basa en el empirismo, ya me contarán dónde están las pruebas. Por supuesto, son inmensamente más indemostrables científicamente el big-bang, el evolucionismo y lo que quiera añadirle, que la misma Creación. El procedimiento lógico tiene sus limitaciones; y más aún el empírico. Así que ciencia, ciencia hay realmente poquísima. Es muy triste el porcentaje de cosas realmente ciertas y probadas, frente a la inmensidad de cosas que manejamos como ciertas, pero que no han superado la prueba del empirismo. Pero ocurre que una vez inventada la categoría de “científico”, nos han endosado con esa etiqueta un sinfín de cuentos. Precisamente por eso, la inmensa mayor parte de lo que llamamos “ciencia” tiene una fecha de caducidad muy breve.

El creacionismo, por supuesto, es de fuente muy distinta: la fuente de la que se nutre la inmensa mayor parte de nuestro conocimiento: la transmisión generacional, llamada también “tradición”; y que en el entorno religioso se llama “revelación”: nombre que se puede asignar correctamente a cualquier conocimiento transmitido.  Para hacernos una idea de lo que es la transmisión, no tenemos más que echar un vistazo a los millones de libros que manejamos: sí, son millones. Nuestros antepasados también tuvieron como soporte de la transmisión “los libros”, que en griego se llamaban “ta biblia”. Suena eso, ¿no?

Y se da una circunstancia singular, y es que la tradición y la fe con todos sus relatos son tratados por las humanidades con un respeto extraordinario (siempre que no se trate de la fe cristiana); y se les asigna un gran valor en la construcción antropológica. Hasta los cuentos son estudiados por los antropólogos con mayor respeto que las religiones judía y cristiana. Las demás son harina de otro costal. ¿Por qué será?

Por favor, no nos engañemos, no seamos ingenuos: el número de seres humanos capaces de argumentar consistentemente sobre el creacionismo o sobre el evolucionismo es muy limitado: trágicamente limitado. Y en el peor de los casos, ambas visiones del mundo quedan en empate, porque es tremendamente difícil “demostrar” tanto una cosa como otra. Éstas, igual que las infinitas cosas que creemos sin más, sin someterlas a análisis ni a juicio, son indemostrables. ¿Y qué hacen la inmensa mayoría de gente que es incapaz de abordar siquiera la discusión con un mínimo de consistencia? Pues sencillamente, se apunta a una u otra fe. ¡Claro que sí! Sólo somos capaces de someter a enjuiciamiento racional, una de cada 10.000 cosas que manejamos. En lo demás, aplicamos el principio de la fe, es decir de la revelación, de la enseñanza, de la lectura o de los otros medios de comunicación y transmisión. Alguien nos tiene que transmitir los conocimientos y los valores. Empezando por el lenguaje, con toda su carga. Los primeros transmisores de conocimiento y valor son nuestros padres, y luego viene la escuela, la publicidad, el entorno… Simplemente nos acomodamos al ambiente.

¿Entonces por qué no seguimos llamando al mundo la Creación? ¿Por ventura alguien ha demostrado que no lo sea? ¿Demostrar? Demostrar no, apabullar. Y nosotros nos hemos dejado. Un distintivo cristiano tendría que ser cuidar nuestro vocabulario, y en vez de hablar del mundo, del cosmos, del universo, hablar de “la Creación”. Sería un distintivo cristiano tan ostentoso como llevar colgada la cruz del cuello como el mejor adorno. Pero eso nos cae ya muy lejos, ¿eh que sí? Y es que destruyendo la Creación podemos fabricar otra contra Dios y finalmente contra el mismo hombre. Así lo ha afirmado la tradición multisecular de la Iglesia.

La transformación del crimen del aborto y del infanticidio indiscutible que son gran número de abortos, en un derecho, significa llamar bueno a lo malo y el ennoblecimiento de la homosexualidad equiparándola al matrimonio, es destruir los dos pilares que sustentan la Creación: la persona humana en su irreductibilidad al universo material, y la unión conyugal entre un hombre y una mujer, el lugar en el que Dios crea nuevas personas humanas a su imagen y semejanza.

Así lo expresa el insobornable Cardenal Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia: La elevación axiológica del aborto a un derecho subjetivo es la demolición del primer pilar. El ennoblecimiento de una relación homosexual, cuando se equipara al matrimonio, es la destrucción del segundo pilar. En la raíz de esto está la obra de Satanás, que quiere construir una anti-creación real. Este es el último y terrible desafío que Satanás está lanzando contra Dios. «Te estoy demostrando que soy capaz de construir una alternativa a tu creaciónY el hombre dirá: es mejor en la creación alternativa que en tu creación».

Frente a la espantosa y destructiva estrategia de la mentira, el cristiano (y aún más el pastor del Pueblo de Dios) debe testificar con valentía. Es decir, hablar y anunciar, abierta y públicamente la Verdad de la Creación divina que ha recibido por puro don y que no le pertenece. Nadie puede huir de su puesto en el momento decisivo de la batalla entre la Creación y la anti-creación. En un contexto de hostilidad, de desafío e incredulidad, la rendición no es una opción y mucho menos lo es la deserción porque el que no está conmigo, está contra mí y el que no recoge conmigo desparrama (Mateo 12,30).

Ojalá Dios los guardianes del Depósito de la Fe, que son nuestros pastores, pudieran decir con el poeta Salvador Espriu: Hem viscut per salvar-vos els mots; per retornar-vos el nom de cada cosa. Hemos vivido para salvaros las palabras, para devolveros el nombre de cada cosa.  Ojalá no hayamos perdido definitivamente “La Creación”.

Custodio Ballester Bielsa, pbro.
www.sacerdotesporlavida.es

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