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Sanar para servir

Written by vinoyaceite

Hemos hablado en el post anterior que para poder ver el problema de la Iglesia y atenderlo con humildad y caridad es necesario poder haber sanado las heridas interiores que nos quitan libertad interior para ver y para ser generosos, en definitiva para ser santos.

Hoy se habla mucho de sanación. Hay como un boom en diferentes grupos católicos y de otras denominaciones cristianas. Esta vez  vamos a tratar de entenderlo en su sentido más hondo y más católico. Para poder entenderlo así, hay que buscar lo que la sanación significa en la Sagrada Escritura.

La sanación es sinónimo de salvación. Hay un proceso de maduración en el Antiguo Testamento donde se puede ir apreciando una comprensión de que todo mal tiene una raíz última en el pecado, que debe ser sanado Is 58. Y aunque a veces se padece una herida de manera injusta, sirve para la misericordia de Dios, pues nos introduce en una intimidad e identificación con Dios como se aprecia en el libro de Job y la suerte del profeta. Esto es una preparación para hacernos intercesores, luego de ser sujeto de misericordia, como concluye el libro de Job sobre las tribulaciones del inocente. En estricto sentido sólo Cristo y María son inocentes, y en la medida que nos asemejamos a ellos, la tribulación no cesa, a veces incluso, se acentúa como seguirá siendo la suerte de los apóstoles y que él mismo Pablo reconoce en I Cor 4.

Cuando se habla de herida en Biblia, se habla indistintamente de  herida del pecado propio o social, activo y pasivo, físico o espiritual, tribulaciones culpables o inocentes, ocasionadas por Dios a manos de los malvados o de los que tienen poder de ejercer un castigo justo. (Job 9,17)

Conviene distinguir cada uno de estos aspectos para entenderlo correctamente. En la persona hay una unidad y todos los niveles interactúan. La distinción es para poder atenderlos mejor según sus causas originales.

Hay dos grandes tipos de heridas fruto del pecado:

  1. Heridas corporales.
  2. Heridas interiores:

     2.1.) En el orden de la psique natural:

  1. Heridas psico-emocionales: se involucran las disposiciones psicológicas subjetivas, que pueden favorecer heridas en esta área.
  2. Heridas afectivas en el alma: heridas de desamor: rechazo, incomprensión, abandono, odio. Que pueden comprender desde el vientre materno hasta el final de la vida.
  3. Heridas educativas: deformaciones en el área intelectual, de la voluntad, emocional y en la sensibilidad. Estas heridas pueden no ser dolorosas, pero son profundas y graves, muchas veces inconscientes porque dañan la estructura humana y dificultan la responsabilidad frente al mal.

En algunos autores espirituales se les distingue como la parte inferior y la parte superior del alma.

     2.2.) En el orden trascendente: sobrenatural y preternatural:

  1. Heridas por el pecado original: la tendencia a la rebeldía de las facultades respecto del fin último.
  2. Heridas por los pecados personales: la vida de pecado hace raíces y predispone a nuevos pecados, se necesita una camino purificativo.
  3. Heridas por la acción extraordinaria del demonio (AED) por causas culpables o inocentes.

* Cabe aclarar que la AED es una herida de orden espiritual, que repercute en el cuerpo (las vejaciones y posesiones) y en la psiqué (circundatio) de la persona produciendo heridas a esos dos niveles y con la intención en última instancia de desesperar al alma y llevarla a pecar y condenarse. Como podemos ver afecta todas las áreas de la persona, pero no puede dañar el alma si la persona no se lo permite.

Las heridas pueden ser de origen presente o ser heridas intergeneracionales por la potestad que tienen padres sobre hijos, no como una culpa, pero sí como una fuerte tendencia: pueden tener impacto en los tres niveles: fisiológico, psicológico y espiritual, en el orden del pecado y de la AED.

Son más graves y profundas cuando se vive una situación de vulnerabilidad de fuerzas y de intimidad: niñez, pobreza, marginación social, a manos de padres de familia, hermanos y esposo e hijos, amigos íntimos.

Dejando a parte la curación referida a la salud física, que sólo Dios (nunca el demonio) puede ofrecer a través del camino ordinario de la gracia, con el servicio generoso y racional de hombres que buscan como sanar o aliviar las dolencias, o el camino extraordinario a través de carismas de curación como signo salvífico, nos referiremos más a explicar fenomenológicamente la dinámica de la herida interior.

El hombre al nacer herido por el pecado original, aun después de ser liberado de la culpa por el bautismo y recuperar la gracia delante de Dios, vive las consecuencias del pecado original. Esto se manifiesta en un desorden en las facultades.
La razón no ve claramente la verdad, la voluntad no siempre escoge el bien mayor, las pasiones ejercen un gobierno despótico sobre las facultades superiores o rebeldía al gobierno de la razón. Y se expresa en lo que San Pablo decía
: «conozco el bien, amo el bien, hago el mal que no quiero»(Rm7,19), quedando el hombre carnal ciego y
sordo a la Verdad. Por eso no existe el buen salvaje, ya que todos necesitamos la mediación apostólica primeramente de nuestros padres los primeros predicadores en la fe y el amor de Dios, para ver con claridad la verdad y vivirla. Es imposible educar a una persona sin corregirla, sin reprenderla, sin castigarla, como imposible es que aprenda sin amor y sin razones.

El hombre viejo, es el hombre herido por el pecado, es el hombre que puede elegir ser un hombre carnal o un hombre espiritual con la ayuda de la gracia. Por eso el hombre debe morir a sí mismo, a su hombre viejo, para que nazca por el Espíritu desde lo alto. San Pablo nos ofrece en Gal 5, 19 una lista de características de uno y otro para poder ver con claridad cómo se manifiesta el hombre viejo de cada uno. Y es que cada uno tiene sus manifestaciones propias por su pasión dominante según su temperamento, según su historia familiar, según su cultura y según sus elecciones libres y pecaminosas, más o menos conscientes. Las heridas interiores aquí juegan un papel importante porque una experiencia negativa vivida, deja una herida, que se expresa de manera singular según las características subjetivas mencionadas. Después se formula una creencia errónea del Yo, una máscara del ego dirán los psicólogos, una mentira sugerida y avivada por el demonio para tentarnos. Hay una incongruencia entre el yo de la Gracia creado por Dios a Su Imagen y Semejanza y el yo carnal herido por otros y por mi pecado. La buena noticia es que el pecado original es menos original que la Imagen y Semejanza original de Dios en el hombre. Dicho de otra forma, lo natural, lo más esencial a la persona es el hombre espiritual, el Yo, no el Ego. Mi mejor versión es reflejar a Cristo en mis características singulares, pero la herida del pecado original, las heridas de los que me rodean que no están purificados en su amor, esto es, en su Yo, las heridas que yo me produzco con mis propios pecados según mis apetencias eclipsan, pero no aniquilan esa Imagen y Semejanza original.

¿Cómo sanar?

Sin la gracia divina no hay salvación, o sea, sanación, en un sentido profundo. La sanación no tiene como objetivo la curación psicológica o dejar de sentir dolor, sino la salvación del alma. A veces una herida es dejada porque es el mejor camino para darle Gloria a Dios, como María a quien le es traspasada su alma por una espada. Dios no quiere primordialmente curar, quiere salvar y sólo en este sentido sana.

Hay un camino ordinario de sanación dado por Cristo a sus apóstoles: «id por el mundo y predicad el evangelio… los que crean y sean bautizados se salvarán, el que no crea se condenará. Estos son los signos que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsaran demonios…pondrán las manos a los enfermos, se pondrán bien.» (Mc 16, 15,18)

El mero hecho de creer y recibir el perdón de los pecados es ya sanación. Es un encuentro con el amor de Dios que me mira y me restituye en una dignidad para toda la eternidad. Esto es sanador. El fruto es la alegría y el anuncio a los propios familiares y conciudadanos. Esa persona no quedó igual, toda «deuda» quedó pagada porque «Dios ha obrado maravillas (…) como prometió a nuestros padres». La persona se reconoce incapaz de ser sanada por sus medios o por sus méritos y reconoce que Dios ha sido misericordioso. La expulsión de demonios y la curación quedan condicionadas a la de quienes creen en Él, aún si es practicado sobre un no creyente, éste sabrá que su liberación fue en el nombre de Cristo Jesús y creerá en Él. Por eso podemos afirmar que fuera de Cristo, fuera de la Iglesia no hay salvación. En el confesionario se obra el mayor milagro de sanación. El alma muerta o deteriorada por el pecado es restituida a la vida por la Sangre de Cristo.

El anuncio de la Palabra no es instantáneo, debe formarse una cultura, una nueva forma de vivir compartiéndolo todo, de educar y engendrar hijos de Dios, de trabajar en justicia y caridad, de casarse y vivir el misterio de Cristo con su Iglesia, de gobernar desde el servicio, haciéndose el último servidor de todos. Todas las realidades cotidianas quedan transformadas y elevadas. Esto es el camino ordinario de la sanación: construir el Reino de Dios en la tierra. Las estructuras de pecado hieren, debilitan, enferman y facilitan el pecado y la muerte espiritual (y corporal). En Isaías 58, Dios condiciona la sanación a la misericordia y conversión.

De forma extraordinaria hay personas que reciben el carisma de hacer milagros de curación o la sanación de heridas interiores, que como efecto secundario pueden producir una liberación de alguna opresión demoníaca. Si bien los primeros cristianos tenían una experiencia más habitual de esto, hoy siguen habiendo estos carismas. Es importante tener en cuenta que un carisma es para la edificación de la Iglesia y no de la imagen personal, es una gracia gratis dada y todos son necesarios pues somos un solo cuerpo vivificado por el Espíritu y no se puede vivir correctamente al margen de los otros carismas: primeramente de apóstoles, después de profetas, maestros, de milagros, lenguas, curación, asistencia y de gobierno (I Cor 12). La Iglesia siempre ha sido carismática y eso no es una novedad ni un privilegio exclusivo de un grupo específico. Hay que entender que los carismas son muchos y todos necesarios. Lo importante es vivirlos en perfecta caridad, porque de nada nos aprovecha tenerlo si nos pierde y digamos: «Señor en tu nombre expulsamos demonios…»

Para aquellos que han recibido este maravilloso carisma de sanación por medio de la oración de intercesión, es muy importante que ayuden a crecer en el camino de la fe. En una formación profunda en la virtud, que atienda todas las facultades de la persona: formar intelectualmente, formar la voluntad, la sensibilidad, para evitar el emotivismo desbordado tan frecuente en nuestra cultura. Es necesario un camino ascético que purifique al hombre viejo y deje nacer poco a poco al hombre nuevo. No hay milagros en este sentido. La sanación puede implicar una hermosa experiencia viva de Dios que me mira, me ama y me cura mi herida, me perdona y me llama a la conversión. La conversión o la liberación no es una experiencia mágica. Hay que evitar el pensamiento mágico que hay soluciones instantáneas. Si bien inicia con una experiencia fuerte y extraordinaria de la Misericordia, se debe sostener en una transformación de vida, de apegos personales, de criterios, de la propia voluntad para hacer solamente la Voluntad de Dios.

Pía

 

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