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De cómo los Fariseos, Escribas y Sanedritas rechazaron culposamente las profecías que en el Antiguo Testamento señalaban a Jesucristo como Mesías

He oído muchas veces en predicaciones y homilías decir que los judíos no eran culpables de la muerte de Cristo. Que por eso Cristo dijo en la cruz: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”. Olvidan estas personas que Cristo, con esa frase, pedía a su Padre que perdonara a los romanos, que no sabían a quién estaban crucificando. También a aquellos judíos que, por ignorancia, pidieron la muerte de Cristo prefiriendo la libertad de Barrabás. Sin embargo, no todos los judíos fueron inocentes: los que integraban mayoritariamente el Sanedrín, los escribas, saduceos y fariseos conocían perfectamente la Torá, como expertos y lectores habituales del Pentateuco y de los profetas, y sabían por tanto que todas las profecías mesiánicas convergían en Cristo y cómo le señalaban, sin excepción, como el Mesías que había de venir.

Me limitaré a enumerar algunas de ellas, aunque hay muchas más.

Llamo también la atención del lector para que sea consciente de que la mayoría de estas profecías habían de ser cumplidas por terceros, de forma que Cristo no tenía la capacidad de realizarlas por sí y en sí mismo si hubiese sido un farsante que hubiera intentado, deliberadamente, hacerse pasar por el Mesías esperado para poder así engañar a judíos y gentiles. Comencemos.

1. Los judíos sabían que el Mesías tenía que salir de Belén:

“Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las familias de Judá, de ti saldrá el que ha de ser jefe en Israel, y cuyo origen es antiguo, inmemorial,… y se afirmará y apacentará con la fortaleza de Yahvé, con la majestad del nombre de su Dios; y habrá seguridad, porque su prestigio se extenderá hasta los confines de la tierra” (Miqueas 5, 2-4).

2. Nacería de una Virgen:

«14 Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una virgen está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel». (Isaías, 7, 14).

3. Vendría precedido por otro (San Juan Bautista):

“1 He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Angel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahveh Sebaot (Malaquías, 3, 1).

4. Sabían, además, que debía de entrar en Jerusalén montado en un asno:

«No temas, hijo de Sión; Mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna» (Zacarías, 9, 9)

5.: Le azotarían, pegarían y escupirían en el rostro:

Isaías, 5, 6: “Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos.”

6. Conocían, además, sobre todo, que no vendría en gloria como un Rey, sino humilde, torturado y cargado de dolores y que moriría como víctima reparatoria y propiciatoria por los pecados del mundo. Esta profecía de Isaías, 53, es terrible e incontestable para los judíos de entonces y de hoy:

«Isaías 53:

1 ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién
se le reveló?
2 Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No
tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos
estimar.
3 Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de
dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le
tuvimos en cuenta.
4 ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros
dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios
y humillado.
5 El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas.
El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido
curados.
6 Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su
camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
7 Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero
al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está
muda, tampoco él abrió la boca.
8 Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos,
¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las
rebeldías de su pueblo ha sido herido;
9 y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba,
por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca.
10 Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí
mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a
Yahveh se cumplirá por su mano.
11 Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento
justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará.
12 Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá
despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue
contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes.»

7. Sabían que moriría en la cruz entre terribles dolores, con sed, que moriría como los criminales y entre criminales, que Él pensaría que Dios le había abandonado en sus últimos momentos. Y que echarían sus vestidos a suertes. Tremenda esta última profecía, que Cristo nunca pudo haber cumplido por sí mismo. Ésta es otra profecía incontrovertible a todas luces:

Salmo 22:

«1 (2) Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡lejos de mi
salvación la voz de mis rugidos!

12 (13) Novillos innumerables me rodean, acósanme los toros de
Basán;
13 (14) ávidos abren contra mí sus fauces; leones que desgarran y
rugen.
14 (15) Como el agua me derramo, todos mis huesos se dislocan, mi
corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas.
15 (16) Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi
garganta; tú me sumes en el polvo de la muerte.
16 (17) Perros innumerables me rodean, una banda de malvados me
acorrala como para prender mis manos y mis pies.
17 (18) Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran,
18 (19) repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica.
19 (20) ¡Mas tú, Yahveh, no te estés lejos, corre en mi ayuda, oh
fuerza mía,
20 (21) libra mi alma de la espada, mi única de las garras del perro;
21 (22) sálvame de las fauces del león, y mi pobre ser de los cuernos
de los búfalos!
22 (23) ¡Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la
asamblea te alabaré!:
23 (24) «Los que a Yahveh teméis, dadle alabanza, raza toda de Jacob,
glorificadle, temedle, raza toda de Israel».
24 (25) Porque no ha despreciado ni ha desdeñado la miseria del
mísero; no le ocultó su rostro, mas cuando le invocaba le escuchó.
25 (26) De ti viene mi alabanza en la gran asamblea, mis votos
cumpliré ante los que le temen.
26 (27) Los pobres comerán, quedarán hartos, los que buscan a
Yahveh le alabarán: «¡Viva por siempre vuestro corazón!»
27 (28) Le recordarán y volverán a Yahveh todos los confines de la
tierra, ante él se postrarán todas las familias de las gentes.
28 (29) Que es de Yahveh el imperio, del señor de las naciones.
29 (30) Ante él solo se postrarán todos los poderosos de la tierra, ante
él se doblarán cuantos bajan al polvo. Y para aquél que ya no viva,
30 (31) le servirá su descendencia: ella hablará del Señor a la edad
31 (32) venidera, contará su justicia al pueblo por nacer: Esto hizo él.»

8. Aunque también lo dice la profecía de los Salmos (escritas en su mayor parte por el rey David) que acabamos de transcribir, los judíos sabían también por el Éxodo (uno de los libros del Pentateuco o Torá, escritos por Moisés e inspirados por Dios mismo) y Zacarías que al Mesías le maltratarían, y que, a pesar de todo, Dios no permitiría que le rompieran ningún hueso. Eso sí, todo su cuerpo sería maltratado y sus huesos dislocados. Y tras su muerte, todos sabrían que habían matado al Hijo de Dios. Nacería en la Casa de David, a la que pertenecía José, padre putativo de Cristo:

Éxodo, 12, 46:

«Se ha de comer dentro de casa; no sacaréis fuera de casa nada de carne, ni le quebraréis ningún hueso.» (Cristo como víctima de la Pascua judía).

Zacarías, 12, 10:

«derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración; y mirarán hacia mí. En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.».

9. Los judíos no lo reconocerían:

«14 Será un santuario y piedra de tropiezo y peña de escándalo para entrambas Casas de Israel; lazo y trampa para los moradores de Jerusalén.
15 Allí tropezarán muchos, caerán, se estrellarán y serán atrapados y
presos.». Isaías, 8, 14 y 15.

10: El diría:

«En Tus Manos Encomiendo Mi Espíritu»:

“…en tus manos mi espíritu encomiendo, tú, Yahveh, me rescatas. Dios de verdad” (Salmo 31:5)

11. El resucitaría de la muerte

“pues no has de abandonar mi alma al seol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa.”

“En dos días nos dará la vida y el tercero nos levantará y en su presencia viviremos” (Salmo 16:10,49:15, Isa 53:10, Oseas, 6:2).

12. Resucitaría al tercer día

“Yahvé hizo que un gran pez tragase a Jonás, y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches”.

Explicación: En el uso hebrero, tres días y tres noches incluyen sólo el segundo día entero y parte de los otros dos. Exactamente el cómputo de los tres días que estuvo muerto Cristo: el sábado santo entero, y parte del viernes santo y del domingo santo. El mismo cómputo se haya en Esther, 4, 16, en Jonás 1:17 o en Oseas 6,2.

13. El sería la piedra angular de la redención, desechada por los judíos:

“22 La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido” (Salmo 118:22).

14. El ascendería al Cielo

“Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos, has recibido tributo de hombres, hasta los rebeldes para que Yahveh Dios tuviera una morada” (Isa 9:7).

CONCLUSIÓN: Éstas son sólo algunas de las muchas profecías de los profetas mayores y menores sobre Jesús como Cristo y Salvador. Están diseminadas por todo el Antiguo Testamento como un rosario precioso, que hay que unir. Aquí hemos engarzado sólo algunas piezas para que el lector medite profundamente en esta Cuaresma sobre la divinidad de Cristo y en cómo su primera Venida estaba señalada y explicada de mil formas.

Pero todas esas promesas hubieran quedado refutadas si Cristo no hubiera resucitado. Al hacerlo, Él verificó por siempre y para siempre que era el Mesías. Y se apareció a hombres rudos y poco dados a sugestiones colectivas, con callos en las manos del duro trabajo de la pesca. Tan cierto fue que aquellos hombres dieron su vida predicando por todo el mundo que Cristo era el Señor, al que vieron y tocaron antes y después de su Resurrección. El mismo Juan, el discípulo predilecto, pescador, lo afirma con emoción:

“14 Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. 15 Juan da testimonio de él y clama: «Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.»” (Jn 1, 14-15)

Y el mismo Jesús dijo de sí mismo que resucitaría al tercer día:

“22 Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.»” (Lc 9, 22)

Juan, 2, 19-21: «19 Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré.» 20 Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» 21 Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo.»

Los judíos de la jerarquía de la Iglesia de su tiempo, los que conocían las Escrituras, se apartaron violentamente del Antiguo Testamento y rechazaron con soberbia las múltiples y concretas profecías acerca de quién sería el Mesías, cómo se comportaría y cómo sería su muerte. Los fariseos y escribas pecaron de soberbia, no de ignorancia, pues sabían y veían que en Jesús se cumplían todas las profecías. Pecaron, pues, de soberbia y envidia, pecaron contra el Espíritu Santo, que es el único pecado que Dios no perdona. Sólo algunos se entre ellos se convirtieron, como Nicodemo y José de Arimatea. El pueblo llano, no avezado en las Escrituras, se dividió entre los que le siguieron, al ver las obras y milagros que hacía, y los que no le siguieron, pues la Verdad que decía les hacía daño porque denunciaba sus pecados y su dureza de corazón, reacio a la conversión.

En la parábola de los viñadores homicidas se muestra claramente cómo aquéllos judíos sabían perfectamente que Él era el Hijo de Dios y aun así decidieron darle muerte para quedarse con su herencia. Aunque la herencia pasó a los gentiles, nosotros, los cristianos:

“38 Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: “Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia.” 39 Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. 40 Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» 41 Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo.»”. (Mt, 21, 38-41)

Por esta infidelidad, el pueblo judío fue desechado por Dios, Yahvé le volvió su rostro misericordioso y han estado condenados a vagar sobre la faz de la Tierra desde el año 70 dC sin territorio propio, durante casi 2000 años, sufriendo persecuciones, pogromos, exterminios de todo tipo, por esa enorme ofensa de crucificar al Hijo de Dios.

El antiguo Israel rompió el pacto o alianza antigua y Cristo firmó la Alianza eterna con los cristianos, realizada la noche de la última cena. El antiguo Israel apostató. El nuevo Israel es la Iglesia. Sin embargo, al igual que aquella Israel defeccionó también defeccionará y apostatará gran parte de la Iglesia, quedando reducida la promesa de Cristo sobre las puertas del Hades al remanente fiel que ha de quedar.

Pero Dios no se olvida de nadie, y menos de los suyos, los de su raza: la restauración del pueblo judío ya está in fieri, si bien no se producirá hasta que clamen todos ellos a Jesucristo como Mesías, haciendo gran duelo por aquel hijo al que traspasaron como a un blasfemo (Zc, 12, 10). Lo harán en la gran tribulación final del Anticristo, al que inicialmente aceptarán como a su Mesías, ese Mesías terreno y victorioso que los mismos fariseos querían (y no encontraron en Cristo, rechazándole):

“Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. (Jn, 5, 43).

Recordemos la terrible frase que pronunciaron cuando Pilatos les ofreció liberarlo como el regalo tradicional que el César hacía en la Pascua a los judíos, y ellos quisieron liberar al salteador Barrabás: “Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Mateo 27, 25.
Esperemos que la misma maldición que los judíos se echaron sobre sí mismos con el Deicidio sea causa de su bautizo de gracia: que aquella sangre que les maldijo acabe finalmente por bautizarles en la fe en Cristo, cuando se arrepientan y conviertan, para gloria de Dios. Y que todos seamos, tras la Parusía, un solo rebaño con un solo pastor.

Antonio José Sánchez Sáez

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Antonio José Sánchez Sáez

Católico. Padre de familia. Catedrático de Derecho de la Universidad de Sevilla.
antonio.jose@comovaradealmendro.es

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